miércoles, 20 de octubre de 2010

El camarada Pantoja

Los cambios de en el poder, ahora llamado alternancia, están antecedidos por un aura de esperanza de que las circunstancias socieconómicas, políticas y culturales cambien. Sin embargo, hay prácticas que como la música de alguna estación radiofónica, que escuchaba en la Ciudad de México allá en la segunda mitad de la década de 1980, parece que llegaron para quedarse.

Catarino Pantoja es un obrero que ve en los rescoldos de la revolución la oportunidad para salir de pobre. Mejor dicho, es la Chata, su esposa la que tiene esta visión. Él es un tanto ingenuo, soñador, utópico. Miembro de la CROM, habitante de una de las tantas vecindades de la capital mexicana, no espera que un acontecimiento inesperado le cambie el rumbo de su vida.

Una noche, Pantoja y la Chata despiertan ante el ingreso de un extraño en su hogar. Es un perseguido del gobernador de Zacatecas. La Chata se percata de que es un personaje importante y logra escabullirlo de los matones y del camarada Fonseca, el cual reconoce a Catarino y deja libre el terreno no sin sospechas de complicidad de este último.

El hombre que escapaba se trataba del General de Brigada Bernardo Calderas. Tiempo después lo ven en una procesión a la Basílica de Guadalupe y en una feria. Ahí se encuentran y Calderas invita a Catarino a la Inspección General de Policía. De ahí, la siguiente invitación fue para almorzar, junto con Obregón. El acto estuvo precedido del fusilamiento de un cristero.

Catarino ya trabajaba en la Inspección cuando Calderas lo llamó. La siguiente encomienda era que se sumara al cuerpo militar de Guadalajara, bajo las órdenes del General Lechuga. En el trayecto, el ferrocarril también llevaba el convoy de Obregón. Los militares y simpatizantes del candidato hacen y deshacen al interior de los vagones: amedrentan a quienes les parecen “reaccionarios”, “cristeros”, “burgueses”.

Es en la perla tapatía donde se reencuentran Soto y Rodríguez, dos antiguos villistas. Conversan y critican la parafernalia política. Pantoja se alarma de tales blasfemias y lo comenta con Calderas, quien ignora el parte argumentando la trayectoria revolucionaria de ambos personajes.

La movilidad política lleva a Calderas a ser candidato a presidente municipal de San Nicolás, Sonora. Ahí le cambia el nombre por el de Ciudad Obregón, como muestra de congruencia y desprecio por los cristeros. Ante la ferviente religiosidad que manifiesta el pueblo, ordenan fusilar a un chico de doce años, que se atrevió a gritar “¡Viva Cristo Rey!”. Pantoja cuenta el episodio en una carta a la Chata, pero adjudicándose la acción. La Chata sólo exclama: ¡”Este pobre de don Cacahuate!”.

En Ciudad Obregón, Pantoja se encuentra con antiguos conocidos de la ciudad de México: don Benedicto y sus hijas Leonor, Loreto y Cecilia. Ésta última dueña de unos ojos que han prendido a Catarino. Lechuga desea para sí uno de los caballos más hermosos del lugar, sin embargo, es propiedad de don Ángel Aldana. Ordena entonces a Pantoja que le lleve el caballo valiéndose de cualquier medio. Con ese marco, el cual fue de fracaso en un primer intento, Catarino da muestras de lealtad e inteligencia, gesto apreciado por Lechuga.

Las convicciones quedan de lado cuando lo que se trata es de llegar al poder y servirse de él. Así lo manifiesta Azuela y lo hace ver en el siguiente pasaje:

Tenía pues, cuanto se necesitaba para triunfar: codicia, audacia, perfidia.
Y triunfó: su simpatía natural, sus facultades de adulación, su plática amena, animada de chiste de todos colores, anécdotas atinadas, dicharachos oportunos, le allanaron el camino. Lo que en otros pareciera repugnante y criminal, en él era una gracia y habilidad de gran político. Saltar de un partido al contrario le costaba el mismo trabajo que pasarse de una cantina a la de enfrente. En dondequiera encontraba amigos que lo acogían con calor.[1]

Catarino asciende la pirámide política del partido oficial, como pago a su lealtad y silencio. Pronto será candidato a diputado y más pronto ostentará su curul. Ha cambiado las habitaciones de la colonia Guerrero por una quinta en la Portales. La comida en puestos de feria por manjares en restaurantes. El salario de los talleres por la dieta en el Congreso de la Unión y los dividendos de sus acciones de la cervecera mexicana.

Cierta ocasión se encuentra con su antiguo amigo y compañero Francisco. Catarino hace presunción de sus conocidos y propiedades. Francisco cuestiona la honorabilidad y legitimidad de tantos logros. Pantoja, incómodo, se arrepiente de haberlo invitado a comer. No entiende que se puede ser revolucionario y rico a la vez. Las críticas de Francisco llegan a las otras mesas, donde se encuentran los demás personajes que han llegado a puestos de elección popular y que acompañan a Pantoja desde Guadalajara. Yañez asesina a sangre fría a humilde obrero y todos los presentes atestiguan que fue en legítima defensa.

La gobernatura de Zacatecas se mira en un horizonte de mediano plazo, sólo se interpone en su camino el marihuano de Julio Rentería. En la Portales, vuelve a ser vecino de don Benedicto y comienza el cortejo de Cecilia. La Chata, que no es tonta, se da cuenta de todo y los celos la llevan a darle un toque de tragedia personal a esta tragedia nacional.

Azuela en este texto hace una crítica mordaz a aquellos advenedizos que se benefician a partir del presupuesto y que llegan a puestos importantes, más por pagos de favores que por capacidad.

Azuela, Mariano: “El camarada Pantoja”, en Obras completas I, México, FCE, 1993, pp. 668-766.


[1] pp. 725-726.

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