miércoles, 18 de agosto de 2010

Los 1001 años de la lengua española

Hace algunos años hubo un personaje zacatecano (de cuyo nombre no debo acordarme) que ostentando un cargo directivo de una institución cultural pública, se presentaba en foros nacionales tales como Congresos, Jornadas, Encuentros, etcétera y leía ponencias que otros le hacían. Una de las ideas recurrentes en todos sus discursos era el escaso presupuesto asignado a su institución, matizado por la célebre frase "y cuando haiga más dinero, más cosas haremos". Entre los funcionarios homólogos de otras entidades federativas era conocido como "El haiga".


¿Cuántos de nosotros no conocemos al menos una persona que habla así? O que digan murciégalomesmotrujealderredorarrejuntarmáiz, entre otras muchas otras palabras. Y cuántas veces en un afán "civilizador" hemos corregido tales vocablos. Pues bien, dice Antonio Alatorre (25 de julio de 1922, Autlán, Jalisco) que decirlos, es mantener vivas formas que siempre han existido en el español. Formas vivas que se enfrentan, suprimen, complementan, enriquecen nuestro lenguaje.


Alatorre, toda una autoridad en filología y literatura, aborda la historia de nuestra lengua como si fuera una biografía de alguien en su libro Los 1001 años de la lengua española (México, 2002, fce) y nos lleva de una manera accesible a conocer y reflexionar en torno al idioma castellano. Ejemplo de ello es la leyenda que gestó la palabra "capilla", aquélla donde San Martín de Tours si quitó la capa y la cortó en dos, dando la mitad a un mendigo con la finalidad de que cubriera su desnudez, y ese mendigo resultó ser Cristo. Cappa es capa en latín vulgar y cappella su diminutivo (la mitad de la capa era una capita). Después se levantaron muchas iglesitas que decían tener la cappella de aquél mendigo. Ahí el origen de capilla.


Al descubrir que nuestro idioma tiene genes indoeuropeos, latinos, árabes, franceses, anglosajones, a los cuales después se integraron los de origen americano y darnos cuenta que muchas de esas voces las seguimos utilizando, el vocabulario adquiere otra dimensión, incluso una palabra que se dice a menudo, vuelve a adquirir la carga mística con que fue concebida: es el caso de ojalá.


¿Alguna ocasión se pensado cuál es el género de agua, águila, hambre? Claro, son sustantivos femeninos, sin embargo muchas veces van precedidos de un artículo masculino, es decir, escribimos o pronunciamos el agua, el águila, el hambre. Este fenómeno tiene su origen en la Edad Media, donde el artículo se designaba según si la palabra que le acompañaba iniciaba o no con vocal. (santa María, sant Olalla, doña Sol, don Elvira).


El contar con una lengua propia y hasta cierto punto unificada posibilitó que se sistematizara la gramática y floreciera la literatura. Todos (los que podían leer y escribir) querían jugar y crear con el lenguaje, al grado que Hernán González de Eslava afirmaba que "Hay más poetas que estiércol". Surge asimismo la novela (las de caballería que tanto perturbaron a Don Quijote, fueron de los materiales de lectura más demandados).



Podríamos seguir contando algunos ejemplos de cómo han surgido más palabras (por ejemplo gachupín), pero mejor le dejamos la oportunidad que consulte este libro y descubra con la lectura un mundo inmenso: el idioma español. Y no nos vaya a suceder como el funcionario aludido, que fue casi análogo al burro que tocó la flauta, con la diferencia de que el primero no sabía qué era una flauta.

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