miércoles, 18 de agosto de 2010

El páramo es un rompecabezas.


"Vine a Comala porque me dijeron que acá vivía mi padre, un tal Pedro Páramo". Estas palabras, inmortales en la literatura universal son el pretexto para iniciar la siguiente opinión.


Vine a Un tiempo suspendido [García Bonilla, Roberto: Un tiempo suspendido: Cronología de la vida y la obra de Juan Rulfo, México, 2ª ed., 2009, conaculta (El centauro), 539 pp.] porque me dijeron que acá encontraría la génesis del mito de Juan Rulfo. Roberto García Bonilla fue a los archivos, a los diarios, a las entrevistas, a los libros, a las obras musicales, teatrales, cinematográficas y fotográficas con la finalidad de develarnos a este personaje. El prólogo del libro, a cargo de Carlos Blanco Aguinaga, advierte la presencia de un rompecabezas, de una investigación que respeta, tal como su nombre lo indica, la cronología. No obstante, hay que poner en juego la atención detallada de cada una de las anécdotas, conversaciones, publicaciones y toda acción que se comenta.


Vine a Un tiempo suspendido buscando a Juan Rulfo. Y me voy con él, con sus mitos, con sus "fáciles" salidas apuntaladas en la ficción, las cuales a la postre forman ya parte del imaginario colectivo y de la vida misma del autor. Pongo por ejemplo, la multicitada respuesta en torno a su silencio: "El viejito que me contaba las cosas ya se murió". El mismo Rulfo, se encargaría de desmentirse, y asignarle un aura de ficción a esa y todas las cosas que dijo en una conferencia en Venezuela. García Bonilla, también nos prepara: "En la mayoría de los casos las respuestas son implícitas. He preferido que los lectores deduzcan, conjeturen y lleguen a sus propias conclusiones."


Tal es el caso de saber por qué Rulfo se asumía como oriundo de San Gabriel, de Tuxcacuesco, de Autlán, de Apulco (Jalisco) y no de Sayula, a la cual incluso llega a negar conocer. Hay una opinión que este hecho tiene que ver con aquellos versos pícaros titulados "El ánima de Sayula".


En el texto encontramos un Rulfo de carne y hueso, pero de una extraña materialidad más cercana a sus personajes que al común de los seres humanos. Parco, callado, huraño, solitario. Circunstancias que lo llevaron a los libros, esos interlocutores que guardan silencio en los momentos precisos y que siempre podemos volver a ellos y nos esperarán con las hojas abiertas. Ello le propició un bagaje cultural envidiable.


Hay muchos Rulfo y uno solo. El Rulfo de la llantera Goodrich Euzkadi (con la cual hace el recorrido de la primera carrera panamericana); el Rulfo de la Secretaría de Gobernación (que presentándose como agente de la misma le facilita la confianza de la madre de su futura esposa: Clara Aparicio), el Rulfo del Instituto Nacional Indigenista (que siendo una celebridad continúa desempeñando sus labores burocráticas), el Rulfo rescatista del aquel fatídico accidente aéreo donde mueren Salvador Toscano, Gabriel Ramos Millán, Luis Bouchet, Francisco Souza, "George Graham y su hija, la actriz Blanca Estela Pavón"; el Rulfo evasor de la crítica y debates literarios ("¿Qué te ha parecido el artículo?" –preguntó Blanco Aguinaga- "Bien, mano. Bien […] Además, si tú lo dices, así será ¿no?"), el Rulfo reconocido internacionalmente por sus obras pero incapaz de redactar una solicitud, el Rulfo inocente que cuenta a Agustín Yáñez su próximo proyecto y Yáñez lo materializa en La tierra pródiga. Pero todos esos Rulfo tienen el laconismo, la tristeza, la serenidad (sólo rota en sus momentos más críticos con el alcohol), propios de Juan Rulfo.


En el medio intelectual no fueron fáciles sus relaciones, de él recuerda Ricardo Garibay:


Rulfo me sacaba de quicio. Su aparente mansedumbre, su casi entera incapacidad intelectual, su lentitud de buzo, su genio publicista. Era el rey [en el CME]. Los gringos lo adoraban. Esto es lo que más me hacía desconfiar, la condición de mexican curiousk o de buen salvaje a los ojos de esos necios.


Se dice que hablaba mal de los demás a sus espaldas, y aficionado a la música clásica, a los silencios, a la armonía, veía con desconfianza, e incluso con desagrado, las nuevas manifestaciones literarias, como "la onda". José Agustín fue otro de los intelectuales con los que tuvo roces.


Entre sus amigos y vecinos encontramos a Pedro Coronel (a quien en 1954 le escribe el texto del cartel para su primera exposición individual), el cual le hacía llegar reconfortantes tragos de ron o de tequila, aún con la prohibición de Clara Aparicio. 


Conoceremos los nombres originales de los protagonistas de Pedro Páramo: Maurilio Gutiérrez y Susana Foster, asimismo las primeras líneas del original de dicha novela: "Fui a Tuxcacuexco porque me dijeron…". La poca valoración de su obra en Estados Unidos a causa de una mala traducción. Los consejos a Carlos Fuentes para que sus personajes de La región más transparente "se suelten, hablen". Su negativa a hacerle los discursos al gobernador tapatío en 1962. Su sentido del humor (En un viaje a Buenos Aires, en el hotel Plaza conversan Eduardo Galeano, Juan Gelman, Eric Nepomuceno y Juan Rulfo. Las personalidades pasan, saludan y se despiden rápidamente porque "Rulfo los esperaba en la mesa de honor". Rulfo invita a los tres a ir a otro lugar, porque "con tanta gente importante, ya no queda lugar" para él.


Gracias por la oportunidad de leer este libro, gracias Roberto García Bonilla por realizar este trabajo de minuciosa investigación de una década. Gracias por no darnos respuestas rotundas. Quiero cerrar este comentario con una ausencia, que quizá por su propia naturaleza no encaja en él, en el apartado "Referencias intertextuales a Juan Rulfo y su obra en textos literarios.


Hace años, como seguramente muchos de ustedes recordarán, en el periódico La Jornada, los domingos aparecía el suplemento "Histerietas", ahí, hacían la delicia de los lectores los personajes de Jis y Trino. Los más famosos eran El Santo y la Tetona Mendoza. Pero también había otros personajes periféricos que no eran parte de la historieta principal. Dos de ellos eran un escritor fracasado y su musa. El primero siempre reclamaba a la segunda su flojera, claro, sin reconocer la propia. Un día, por la calle, ven a la musa de Rulfo en un auto de lujo y con chofer. El escritor le reclama colérico y resignado: "Ya ves, mira a la musa de Juan Rulfo, trabajo muy poco y mira qué bien le va".



Vine a Un tiempo suspendido buscando a Juan Rulfo, y creo haberlo encontrado, también encontré a Roberto García Bonilla y una necesidad inconmensurable de releer la obra rulfiana.

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