Esta obra es una maravilla. El estilo de redacción puede causar algunas dificultades para lectores incipientes, sin embargo, como es un reto hermoso.
Los tres primeros capítulos me hicieron experimentar esa agudización sensorial propia de quienes pierden la vista, algo similar me sucedió al leer El Perfume. Los sentimientos de impotencia, agonía, desesperación, soledad, desamparo y una gran reflexión se apoderan del lector conforme se adentra en la trama. También, en este fragmento, me vinieron a la mente varias intertextualidades: la primera, de una integrante del Círculo Cultural Faroni, Hellén Ferrero, con su minificción titulada "Lógica" ("-No veo nada, querida. -Es natural, querido: acabas de quedarte ciego."). La repentina ceguera de cada uno de los contagiados, paradójicamente, es un mundo de tinieblas níveo (paradoja, asimismo, en la palabra en sí). El confinamiento al que son sometidos, me recuerda más los campos de concentración nazis que un segmento poblacional en cuarentena. Llama mi atención que el Estado no intervenga de inmediato en el estudio de los casos, como si de antemano tuviera conocimiento de cómo actúa el mal. La parte donde la mujer del médico reflexiona en torno a la similitud de los perros con la condición de recluidos, generó en mí dos pensamientos: por un lado, la importancia de la apariencia física como factor de identidad, de nuestra individualidad; y por otro, la sumisión de los demás sentidos al de la vista. La frase "El médico saltó de la cama, la mujer lo ayudó a ponerse los pantalones, no tenía importancia, nadie podía verlo", me lleva a considerar cuánto peso tienen los convencionalismos sociales, que en un momento se convierten en inercia o en situaciones mecánicas. Tan absurdo como que el médico sintiera pudor por estar en ropa interior ante unos invidentes, como muchas de las situaciones que plantea la historia misma. Si bien es cierto que la vista es elemento fundamental, las ocupaciones de las personas que hasta ahora aparecen, pierde sentido sin ver. Finalmente, cuando el ladrón comienza a recapitular en torno a su condición y el posible castigo por hurtar a un ciego, expresando: "Un ciego es sagrado, a un ciego no se le roba", me remontó al cuento "Párabola del joven tuerto" de Francisco Rojas González.
La estructura de la narración es acorde al título del libro. Saramago intercala reflexiones propias de un ensayo, en medio del drama que nos comparte: "si antes de cada acción pudiéramos prever todas sus consecuencias, nos pusiésemos a pensar en ellas seriamente, primero en las consecuencias inmediatas, después, las probables, más tarde las posibles,
SARAMAGO, José: Ensayo sobre la ceguera, México, Punto de Lectura, 2011, 329 p.
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