La historia que nos comparte Allende recuerda en muchos aspectos Cien Años de Soledad. Es difícil no
asociar a Rosa con Remedios (ambas bellas, exuberantes y mitológicas). No sé
por qué, en un principio (las dos o tres primeras páginas) creí que Barrabás
era un loro. La crónica de su llegada deja entrever el control que Clara tenía
sobre sus padres, a pesar de la poca edad. Hoy lo conocemos como chantaje, pero
no deja de ser divertido el nivel infantil del mismo: "Si me lo quita, le
juro que dejo de respirar y muero." La muerte de Rosa, también me parece
que tiene tintes macondinos: cuando
la nana entra y la invade un olor a rosas (aun cuando no era tiempo de ellas),
me trasladó a la muerte de uno de los Buendía, cuando corría sangre por toda la
casa. Me sorprendió la aparición de un segundo narrador, la aparición de Trueba
como testigo de los actos no era algo que esperara. No sé hasta qué punto lo de
Trueba hacia Rosa era amor y hasta dónde capricho, sin embargo, me parece muy
poético, de parte de la autora: "Le hable de las caricias que le tenía
reservadas, los regalos con que iba a sorprenderlas, la forma como la hubiera
enamorado y hecho feliz." Publicado en 1989, es indudable que La Casa de los Espíritus abreva de la
tradición narradora de América Latina.
El inicio me remitió al Quijote: "Esteban Trueba cenaba con su
hermana Férula la misma sopa grasienta de todos los días y el mismo pescado
desabrido de todos los viernes." El episodio del café, además de ser revelador
de la manipulación de su hermana, puso a Esteban ante la perspectiva de qué
quería para su vida: seguir cobijándose con periódico o ser un individuo
adinerado. La desolación y el abandono en que se encontraba Tres Marías ante su
llegada, queda todavía más evidente cuando el hombre que lo llevó se ofreció a
esperarle. Nadie en su sano juicio querría quedarse ahí. Hay una pequeña apología al lenguaje como indicador de
civilización: "Me fui convirtiendo en un salvaje, se me olvidaron las
palabras, se me acortó el vocabulario, me puse muy mandón." Me resultó
divertido (y real) la capacidad que Esteban desarrolló para perder consigo
mismo y aceptar la derrota, sin embargo, eso sólo se presenta en situaciones
íntimas, donde nadie lo ve. Porque dentro de la propiedad sigue siendo el
patrón. La descripción de las elecciones es demasiado cercana a nuestros
referentes, además de la cultura y la historia, nos hermana la desgracia y el
infortunio con otros países latinoamericanos.
El título del tercer capítulo, "Clara Clarividente, me hizo pensar
en algún capítulo de la serie Mujeres
Asesinas. La extraña personalidad de Clara: vidente, con telequinesia,
etc., también era alimentada por ese deseo de saber e imaginar, por ello leía
todo lo que caía en sus manos. Las historias que se desprenden como
ramificaciones del argumento central refuerzan la atmósfera que la autora
pretende contagiar. Es por ello que así como, ya lo he mencionado, ideas de Cien Años de Soledad (como referente más
inmediato), acude a ella misma. La anécdota de Juan el Pedo, el equilibrista y
trapecista, me recuerda a un cuento de la autora donde un tipo regala una
función de circo a su amada. Me llama la atención la naturalidad con que la
familia Del Valle acepta la propuesta matrimonial de Esteban, sin embargo, trato de explicarla en función del
pensamiento liberal que adoptan. También me llenó de curiosidad imaginar (con
toda la carga de prejuicios, estereotipos y referentes de la época) el diseño
de la ropa interior que le confeccionaron las monjas a Clara. La vehemencia de
Esteban en la remodelación de la casa, el movimiento multitudinario de la
misma, me llevaron, otra vez, a Úrsula Iguarán. Así como en un principio creí en
situaciones lésbicas de Férula, que después se mostró como una falsa hipótesis,
me resulto sorprendente el afán seductor de Esteban hacia Clara (¿otra historia
tras esta historia?, sí: Quién Como Dios
de Eladia González, aunque pienso que González lo tomó de Allende). Este
capítulo, en particular, me pareció que tiene algunos elementos muy predecibles:
el autodiagnóstico de embarazo de Clara, el nombre de su hija.
La primera frase que llamó mi atención del cuarto capítulo “El tiempo de
los espíritus”, segmento es la canción de la vaca lechera. Así como en Cien Años de Soledad salió a relucir el Mambrú que se fue a la guerra, aquí
observamos cómo las nanas, los juegos tradicionales y la lírica en general son
patrimonio de Latinoamérica. El machismo queda latente en el siguiente
fragmento: "Nunca se ha visto que un hombre no pueda golpear a su propia
mujer, si no le pega es que no la quiere o que no es bien hombre; dónde se ha
visto que lo que gana un hombre o lo que produce la tierra o ponen las
gallinas, sea de los dos, si el que manda es él; dónde se ha visto que una
mujer pueda hacer las mismas cosas que un hombre, si ella nació con marraqueta y
sin cojones, pues doña Clarita". O la
afirmación de Esteban: "pero era mi mujer y yo no iba a permitir que me
tuviera vergüenza."
Clara vive en su mundo. Es inocente y distraída.
Me causa risa la escena donde Esteban "truena" contra las reuniones
de su esposa, y ésta sólo pregunta si sabía mover las orejas. Me gustó, me
encantó la frase de "cuadernos para anotar la vida". Infiero que
entre Esteban y Clara no había mucha comunicación, es decir, no conversaban.
El encuentro de Esteban y Tránsito es
predecible. Me gusta el fragmento. Tránsito tiene, ha tenido mucha claridad en
torno a lo que desea, social y personalmente. La despedida entre ambos, da
fuerza al nombre de ella.
Mi postura ante Clara oscila entre el humor y
la desesperación. Sus ocurrencias y la forma de expresarlas denotan (como lo he
mencionado) una extraña inocencia, como si sus poderes fueran lo más normal del
mundo y así fueran acogidos. Por ello la escena donde encuentran la cabeza de
su madre, me parece jocosa por la indicación al chofer: "Hágame el favor,
señor, métase allí y páseme una cabeza de señora que se va a encontrar."
Conscientemente no me identifico con Esteban,
sin embargo, parece ser que, al igual que yo, percibió otro tipo de relación
entre Férula y Clara. La misma voz narradora omnipresente reconoce que
"Férula había llegado a querer a Clara con una pasión celosa que se
parecía más a la de un marido exigente que a la de una cuñada."
La relación de Blanca y Pedro Tercero comienza
a ser el hilo conductor de la trama en los próximos capítulos.
Como buenos amantes románticos, Blanca y Pedro Tercero, establecen un
código de comunicación secreto. La aparición repentina de Férula, se inserta en
la tradición oral, y literaria, de la despedida de los muertos. Charles Dickens
tiene una historia similar, "Segunda historia de fantasmas", y por la
misma razón, aunado a las facultades de Clara, es predecible que estamos ante
el deceso de Férula. El diálogo de Clara con el cadáver, mientras lo acicala,
es bello y exhibe un amor limpio hacia su cuñada (contrario al que Esteban y yo
percibimos): "...porque la verdad es que desde que te fuiste de mi lado
nunca más nadie me ha dado tanto amor". Esteban sigue al pendiente de las
apariencias, el qué dirán, y en esa dinámica, embriagado de poder económico y
social, olvida que no todo es dinero: "-¿Por
qué vivía así, si le sobraba dinero? -gritó Esteban. -Porque le faltaba todo lo
demás -replicó Clara dulcemente." Esta última frase de Clara, me permite
ver a una mujer más centrada, incluso con sabiduría. Se sigue pensando
superior, por eso no concibe que se relacione a los Trueba con los comerciantes.
Las muertes de su Nana y su cuñada pusieron a
Clara, finalmente, frente a su realidad. "El agua apaga el fuego y al
ardor los años", reza Joaquín Sabina, y tal parece que el terremoto, sus
facultades metafísicas, los cambios de humor de Esteban, hicieron lo mismo que
el tiempo. Si buscamos un tema constante en la literatura, quizá sea el de los
amores imposibles o con dificultades. La relación de Blanca y Pedro Tercero va
adquiriendo esos tintes.
Pese a procrear tres cuatro hijos, Clara nunca le perteneció a Esteban,
o al menos así lo percibía él. En sus memorias, sólo le faltaba citar aquel
bolero, Amor perdido: "Soy tuya,
porque lo dicta un papel". Esteban veía en Clara muchas virtudes, pero
ninguna dirigida a él: "Era una mujer caritativa y generosa, ansiosa por
hacer felices a los que la rodeaban, a todos menos a mí". Tal vez esperaba
una entrega incondicional que se viera reflejada en una constante atención
hacia él, en todas y cada una de sus necesidades (a pesar de que las sexuales
eran bien identificadas: "Ella sabía dónde estaban mis puntos más
sensibles, podía decirme exactamente lo que necesitaba oír. A una edad en que
la mayoría de los hombres está hastiado de su mujer y necesita el estímulo de
otras para encontrar la chispa del deseo, yo estaba convencido de que sólo con
Clara podía hacer el amor como en los tiempos de la luna de miel,
incansablemente. No tenía la tentación de buscar a otras." Esta imagen
sensual de Clara, me cuesta trabajo encuadrarla en una personalidad como la de
ella, a menos que utilizara sus dotes para determinar el ser erótico de su
marido. Lo cierto es que Esteban detectaba la incompatibilidad de caracteres:
"En realidad, muy pocas veces estábamos de acuerdo en algo."
La aparición del conde De Satigny, a mi juicio, representa esa
nece(si)dad de imitar modelos extranjeros. A pesar de las burlas a escondidas
que provocaba, los varones siguieron su estilo, o al menos algunos pretendían
hacerlo. Porque Trueba sería muy rico y poderoso, pero su ignorancia era
proporcional a su opulencia: "Una noche el conde salió a fumar uno de sus
cigarrillos orientales, especialmente traídos del Líbano ¡vaya uno a saber
dónde queda eso!"
Cómico me resultan las dotes poéticas y donjuanescas de Nicolás, miren
que Amanda tiene que corregir y mejorar los poemas que recibe de éste.
Conmovedor el sepelio de Pedro García, la descripción de la escena me resulta
muy a flor de piel. Aquí hay un dato que reafirma que el terremoto aludido fue
el de 1960 y es que "el nuevo candidato del Partido Socialista, un doctor
miope y carismático que movía a las muchedumbres", no es otro que Salvador
Allende (tío de la autora).
En este mismo capítulo encontramos la culminación del amor entre Clara y
Pedro Tercero. Sus encuentros clandestinos son propios de la mayoría de
historias de amor. Esteban, denota ingenuidad al creer que la doncellez de su
hija está a salvo en los terrenos cercanos a la finca. Clara, como su nombre y
su clarividencia, lo tiene más claro. Recapitulando actitudes de Trueba, podría
pensarse que le importaba un comino o pasaba a segundo término la virginidad de
su hija, no así el qué dirán.
El hecho de que el conde delatara a los amantes, y después huyera, dice
mucho de sus pretensiones. Hay una parte de la narración donde se deja entrever
que lo que más le interesa es poseer algo de la fortuna Trueba. El machismo de
este último nuevamente florece ante su iracunda reacción. Me da la impresión de
que la violencia de Esteban hacia Clara, después de descubrir los amoríos de
Blanca y Pedro Tercero, era una violencia contenida, un volcán que podría
explotar en cualquier momento y éste llegó.
Clara exhibe un valor y una cordura que venía delineando páginas atrás:
"-Pedro Tercero García no ha hecho nada que no hayas hecho tú -dijo Clara,
cuando pudo interrumpirlo-. Tú también te has acostado con mujeres solteras que
no son de tu clase. La diferencia es que él lo ha hecho por amor. Y Blanca
también." Aunado a lo anterior, Clara, no sé si a pesar de sus facultades
o propiciada por las mismas, mayoritariamente ha sabido qué es lo que quiere.
Así, cuando recibe la agresión de Esteban, decide no dirigirle nunca más la
palabra y romper los vínculos, pocos, que quedaban con él.
La cacería que emprende Trueba contra Pedro Tercero me parece un
episodio emocionante, la autora a través de una minuciosa descripción va
creando esa atmósfera de acción.
Nuevamente encuentro capítulos de Cien
Años de Soledad: la anunciación de las hermanas Mora, con ese "aroma
inconfundible de violetas silvestres", me remitieron a Mauricio Babilonia
o la aventura de Nicolás en el globo a un episodio similar de uno de los
Buendía, al esperar un aeroplano de Europa (si estoy mal en el personaje, por
favor corríjanme). El reinicio de una nueva vida, buscada por Clara, no
contempla el cambio que va a ocasionar el embarazo de Blanca. Las
personalidades de Jaime y Nicolás se van separando cada vez más.
Insisto, me gusta el nombre del diario de Clara, "cuaderno para
anotar la vida", me parece maravilloso el ampliar las posibilidades de una
palabra en función de los múltiples usos que se pueda brindar al objeto que
define esa palabra.
El embarazo de Clara fue un duro golpe para
Esteban, para su machismo y su vida de doble moral. Para el lector es un
acontecimiento predecible. Sin embargo, Esteban no es tonto, y prefiere
comprarle un marido a su hija, antes que desatar las murmuraciones y
comentarios entre la sociedad. Blanca, nuevamente, hace uso de valor y lo
enfrenta de manera directa: "-¡Cállese! -rugió él (Esteban). Se va a casar
porque yo no quiero bastardos en la familia ¿me oyes? -Creí que ya teníamos
varios -respondió Blanca."
La ceremonia nupcial fue suntuosa. Y ante la aflicción de Blanca, Clara
le dice que Pedro Tercero está vivo. Hay un amor oculto de Jaime hacia Amanda
(nombre que junto con la desdicha de Pedro Tercero por sus dedos, y las
características del canto que enarbolaba, me recordaron a Víctor Jara.
El cuidar de las apariencias lleva a Esteban a aceptar la solicitud de
Jaime de cambiarse de apellidos. Me entusiasmó la aparición del Poeta (así, con
mayúscula, como en el texto y en la historia de la literatura), que no es otro
que Pablo Neruda. Toda esta parte, desde la aparición de Allende, me está
llevando a otra novela chilena: El
Cartero de Neruda.
¡Qué difícil situación para Jaime el apoyo solicitado por su hermano!,
una escena dura, pero llena de ternura: "... porque si ese hijo fuera suyo
y no de Nicolás, habría nacido sano y completo...". Finalmente, hay un
personaje que se menciona casi al final del capítulo: Alba. Por el nombre, la
genealogía y la lógica del texto, supongo que es una descendiente de los
Trueba, en particular de Blanca.
El capítulo, octavo “El conde”, retoma la vida conyugal de Blanca y
Jean. Creo que el desenlace del capítulo viene anunciado por el desinterés de
consumar el matrimonio mostrado por el Conde. El hermetismo de conde, en torno
a su taller fotográfico y la práctica de contrabandista, por un momento me
alejaron del motivo real del secretismo. Los párrafos finales también se
anuncian en el capítulo anterior, cuando se dice que Miguel llegó a estar
cuando nació Alba.
Las supersticiones y los destinos trazados por la metafísica siguen
invadiendo la vida de los Trueba: el nacer parada bajo el signo de Leo. Alba
lleva el apellido Trueba, pero la sangre de García. Las mujeres de esta obra se
caracterizan por su valentía: "Alba era una joven valerosa, de
temperamento audaz y acostumbrada a las adversidades...", o cuando Amanda
se retira: "partió tal como había llegado, sin ruido y sin promesas."
Así como el Poeta, es una referencia a Neruda, me queda la incógnita de quién
es el "joven artista famélico" acogido en casa de los Trueba.
Maravilloso el fragmento donde Alba descubre los libros, la lectura y la
fantasía. Fantasía que impregnaba a varios miembros de la familia, entre ellos
a Jaime. Fantasía que se camuflajeaba de locura. La aparición de Esteban
García, es la presencia de ese pasado que nos va configurando, el resultado de
nuestros actos.
El noveno capítulo, “La época del estropicio”, bien pudo llamarse
"La época de los regresos y recapitulaciones", en él vuelven a
aparecer la cabeza de Nívea y Tránsito Soto. La primera parte del mismo,
muestra a un Esteban Trueba sensible, así me pareció ante su cuidado del
cadáver de su esposa. La ruina de la casa, y gran parte del capítulo, van
presentando el desenlace: la casa se cae a pedazos, igual que la familia Trueba
se desvincula. Me conmueven los consejos de Blanca a Alba: "No quiero que
seas pobre como yo, ni que tengas que depender de un hombre que te
mantenga." La analogía de Clara con Úrsula Iguarán queda nuevamente de
manifiesto, ambas son el soporte de sus casas y sus familias. Me encantó la
parte donde Alba le pide a Blanca que le vuelva a contar los cuentos, pero la
segunda ya los había olvidado. La obsesión de Esteban, su animadversión por los
comunistas: "todos los partidos políticos, excepto el suyo, eran
potencialmente marxistas"; Pedro Tercero García me sigue pareciendo Víctor
Jara. Aquí se vuelve a mencionar el cuaderno para anotar la vida, y me saltó la
duda, ¿quién narra?
Con la trama en general me había olvidado de Miguel, a pesar de que
capítulos anteriores daban pistas de su reaparición años más tarde, tal y como
sucedió. El amor de Miguel y de Alba es romántico en todo sentido del término,
apasionado, entregado, como sólo se presenta entre "dos estudiantes en
celo". Alba debe decidir si quedarse en el sitio estudiantil o volver a la
casa de la esquina. Alba estaba ahí por amor a Miguel, no por convicción
ideológica. Se puede hacer una comparación del pensamiento de Trueba con
nuestros políticos, la improvisación y el favoritismo en ese ámbito nos
hermanan: "Si pudo ser ministro de Educación sin haber terminado la
escuela, igual puede ser ministro de Agricultura sin haber visto en su vida una
vaca entera." Vaya sorpresa para Alba encontrarse con García, y que sea él
quien la conduzca a su casa. Me conmovió la reaparición de Amanda, las
condiciones en que Jaime la volvió a encontrar. Allende se perfila triunfador,
y me vienen a la mente canciones (de Silvio, de Pablo, de Violeta, de tantos
otros), y me vienen a la menta autores y libros: "Ahí amé a una mujer
terrible..."
Los últimos capítulos nos presentan un país chileno en el encono. Las
clases altas, conservadoras, manipulando la distribución de mercancías. La persecución
de los activistas políticos. La represión, la barbarie.
Sin duda, Allende logra plasmar un poco, sólo un poco de una época
histórica que trajo esperanzas, no sólo al pueblo chileno, sino a América
Latina por igual.
Allende, Isabel: La casa de los
espíritus, 2ª ed., México, Debolsillo, 2011, 454 p.
No hay comentarios:
Publicar un comentario