martes, 21 de mayo de 2013

El llano en llamas

La prosa de Juan Rulfo (Sayula, Jalisco, México, 16 de mayo de 1917-México, D. F. 7 de enero de 1986), parca y poética a la vez, otorga a las anécdotas de El llano en llamas, una dimensión universal. Mucho se ha escrito en torno a la reducida, en cantidad, obra rulfiana, motivo por el cual aquí únicamente se brindarán algunas apreciaciones como simple lector.

El triunfo de la revolución trajo consigo un cúmulo de expectativas, entre ellas y una de las más sentidas: el reparto agrario. La historia,de "Nos han dado la tierra", me parece un símil del Éxodo: el encuentro con la Tierra Prometida. Al igual que en "No oyes ladrar los perros", el ladrido es señal de esperanza, como si esta fuera más acorde con situaciones cotidianas, pero bajo las condiciones de desolación que plantea Rulfo, el ladrido es luz en la oscuridad. Rulfo no adjetiva, es extraño que lo haga, sin embargo, como ya se ha mencionado, su lenguaje es parco y poético al mismo tiempo: "Alguien asoma al cielo, estira los ojos hacia donde está colgado el sol y dice: -Son las cuatro de la tarde." El hecho de nombrar la vegetación también es un recurso del contraste que quiere puntualizar, contraste de las tierras del llano en contraposición con las que están en las vegas, es por ello que nada más acorde, con esta intención, que la casuarina (árbol cuyas ramas movidas por el viento producen un sonido musical). El trasfondo social del cuento, es el uso de las leyes y la legalidad para marginar.


Si en este texto el sentimiento generado es el de indignación, en "La Cuesta de las Comadres", es de sorpresa ante la imperturbable narración. Después de describir los motivos por los cuales los Torrijo se hicieron odiar, inicia la segunda parte con un contundente "A Remigio Torrijo yo lo maté", así directo, frontal, sin pausas, con decisión. En esta segunda parte la narración es parsimoniosa, como la misma labor que realizaba el narrador al momento en que Odilón lo enfrentara. Pese a la provocativa actitud de este último, el protagonista se mantiene sereno y mide la gravedad de la situación "(...) traté de verle la cara para saber de qué tamaño era su coraje(...)".

Desalentador e inocente, así definiría en dos palabras "Es que somos muy pobres". La inercia de perder, es una constante en la historia. Escrita en primera persona, igual que los dos primeros textos, en esta ocasión el narrador es un niño, casi un adolescente. El cual sabe lo que es una piruja (observa a sus hermanas mayores revolcarse desnudas con el hombre en el corral). El argumento es sencillo, pero el uso del lenguaje que hace Rulfo, involucrando (e invocando) los aromas, los sonidos, las texturas, enriquecen la historia. La reiteración de una idea repitiendo palabras otorgan masa a las frases, las convierte en lapidarias: "A mí muchas veces me tocó despertarla cuando le abría la puerta del corral, porque si no, de su cuenta, allí se hubiera estado el día entero con los ojos cerrados, bien quieta y suspirando, como se oye suspirar a las vacas cuando duermen."

La lectura de "El hombre" me exigió mayor esfuerzo que las anteriores. Sería que me llamó la atención la frase "Cuando comienzan los sueños; después del descansen en paz, cuando se suelta la vida en manos de la noche con el cansancio del cuerpo raspa las cuerdas de la desconfianza y las rompe", o que durante la persecución de Urquidi, me sentía al interior de un laberinto. Quizá esa fuera la intención del autor: transmitir los vericuetos de los protagonistas: uno, como lo menciona el otro, rumbo a su fin por sus ansias; el segundo, a pesar de la paciencia, consciente de su venganza y la rabia que le acompaña. Rulfo juega con la historia: el perseguido no puede escaparse de sí mismo. Su voz le habla ("No debí matarlos a todos; me hubiera conformado con el que tenía que matar") y buscando la auto exculpasión, se justifica: "Después de todo, así de a muchos les costará menos el entierro". Y sin embargo, el eco del multihomicidio no dejará de retumbar: "Los muertos pesan más que los vivos; lo aplastan a uno." La dualidad de las voces narradoras abren paso a un tercero: el pastor (y testigo) quien entabló una breve relación con el multihomicida. Su manera de contar el encuentro deja entrever una efímera y forzada confianza, además de una desesperada necesidad de hablar de los suyos. Al fina, el hombre (fugitivo) fue presa de su descuido. Alberto Vital, en un pequeño estudio biográfico, titulado Juan Rulfo, menciona que esta historia tenía por título original "Al otro lado del río".

El inicio poético del cuento podría hacer pensar (si no existiera antecedentes sobre el autor, su obra, estilo y circunstancias) que estamos frente al primer texto terso del volumen: "San Gabriel sale de la niebla húmedo de rocío. Las nubes de la noche durmieron sobre el pueblo buscando el calor de la gente. Ahora está por salir el sol y la niebla se levanta despacio, enrollando su sábana, dejando hebras blancas encima de los tejados". Nos encontramos, además, con el primer cuento cuya narración es en tercera persona. La voz del viejo Esteban me recuerda a la de los ancianos entrevistados en Del olvido al no me acuerdo, una voz, un registro oral que va de la incredulidad a la resignación:  "Y dizque yo lo había matado, dijeron los díceres. (...) Pero desde el momento en que me tienen aquí en la cárcel por algo ha de ser, ¿no cree usted? La aparición casi desapercibida de la hermana de Justo Brambila y madre de Margarita sólo merecen dos párrafos de la historia. Si bien el asesinato que se narra en la historia queda claro, el autor del crimen es inasible en una primera lectura. Es necesario hacer hipótesis e ir hilvanando los datos (horas de los acontecimientos, edades y características físicas de los personajes) que el autor brinda para descartar al viejo Esteban como culpable. 

Las penurias de Tanilo en la visita a la Virgen de Talpa, la muerte de éste, la promiscuidad de Natalia y el hermano, son los ejes de "Talpa", una historia que expresa la religiosidad y el fervor mexicano, aún contra toda lógica. Además de la obligación moral de llevar a Tanilo a Talpa, Natalia y su cuñado buscan el perdón a los ojos de la virgen. El trayecto a Talpa era una extensión de la agonía que el cuñado tiene muy claro cuando declara "Lo llevamos a Talpa para que se muriera". Caminar en esas condiciones climáticas y durante mes y medio, es una dura prueba para cualquiera. Estamos en presencia de una muerte en vida. Sí, Tanilo estaba en ese estado: "Tanilo se alivió de vivir". A Natalia y su cuñado, les pesa el cuerpo de Tanilo en la ida, pero más les pesó el remordimiento: "Y yo empiezo a sentir como si no hubiéramos llegado a ninguna parte, que estamos aquí de paso, para descansar, y que luego seguiremos caminando. No sé para dónde; pero tendremos que seguir, porque aquí estamos muy cerca del remordimiento y del recuerdo de Talpa."

Siempre me ha hecho "ruido" la edad de Macario. El texto aparenta un niño, de hecho muchos pensamos que puede ser un niño, sin embargo, hay algunos elementos que pueden hacer creer que se trata de un adolescente o preadolescente. Encontramos en la historia el dogma castrante y lleno de culpabilidad de la religión. La inocencia de Macario contrasta también con la perversidad de las dos mujeres. Me fascinó la frase: "yo también le ayudé a llorar con mis ojos todo lo que pude".

El cuento que da título al volumen, "El llano en llamas", es un relato de la denominada literatura de la Revolución. Busqué a cuál corrido pertenece el epígrafe con que inicia la historia ("Ya mataron a la perra...), sin embargo, no encontré ningún dato. La inmensidad de la mirada rulfiana vuelve a aparecer durante la narración: "La cerca de piedra culebreaba mucho al subir y bajar por las lomas". El miedo de los llamados revolucionarios ante la cercanía de los federales queda plasmado más de una ocasión durante la trama: "Era como si se nos hubiera acabado el habla a todos o como si la lengua se nos hubiera hecho bola como la de los pericos y nos costara trabajo soltarla para que dijera algo", "Pero también nosotros les teníamos miedo". Me gusta la forma como Rulfo da las pinceladas de oralidad en sus textos, pinceladas que se expanden, por ejemplo, cuando utiliza palabras o frases como: "detrasito", "En mientras", tan usuales en la oralidad, se permite realizar redundancias y cacofonías: "Desde entonces supimos que a ese paso no íbamos a durar mucho, aunque éramos muchos", "la idea ida". Como mucha de su obra, las acciones se desarrollan en los linderos de Jalisco y Colima, el río Armería o la cita a Sayula, así lo confirman. Encuentro una similitud con Los de abajo, de Mariano Azuela, cuando aparece Armancio Alcalá, quien era el encargado de hacer los recados y las cartas de Pedro Zamora. Mismo rol que cumple El Curro en la novela de Azuela. Pese a que, líneas arriba, mencioné al grupo como perteneciente a los revolucionarios, lo cierto es que ellos mismos no saben bien cuáles son las causas sociales que enarbolan. De hecho, se podría decir que ante la revuelta aplicaron aquel refrán de "a río revuelto, ganancia de pescadores": "Esta revolución la vamos a hacer con el dinero de los ricos. Ellos pagarán las armas y los gastos que cueste esta revolución que estamos haciendo. Y aunque no tenemos por ahorita ninguna bandera por qué pelear, debemos apurarnos a amontonar dinero, para que cuando vengan las tropas del gobierno vean que somos poderosos."

Uno de los cuentos más conocidos del volumen, y celebrados del autor es "¡Diles que no me maten!". El inicio de la historia cumple con lo que, a decir de los conocedores, toda buena narración debe llevar: un inicio que atrape, que sacuda. Durante la lectura somos testigos de la agonía de Juvencio. Agonía que se alarga cuando se acerca la hora del perdón. El hijo sabe que poco o nada puede hacer por su padre, que interceder por él es arriesgarse a dejar a la deriva a su propia familia. El coronel no olvidó, guardó su rencor, dejó que se acumulara y se multiplicara en él para darle cause en la primera oportunidad. Y ahí la tuvo.

"Luvina" es la desolación a flor de piel, de tierra, el infierno en la superficie y en este momento: "-Otra cosa, señor. Nunca  verá usted un cielo azul en Luvina. Allí todo el horizonte está desteñido; nublado siempre por una mancha caliginosa que no se borra nunca. Todo el lomerío pelón, sin un árbol, sin una cosa verde para descansar los ojos; todo envuelto en el calín ceniciento. Usted verá eso: aquellos cerros apagados como si estuvieran muertos y a Luvina en el más alto, coronándole con su blanco caserío como si fuera una corona de muerto..." 

En medio de la Cristiada, Feliciano Ruelas, escapa, junto con sus tíos Tanis y Librado de la persecución militar. "La noche que lo dejaron solo" es un texto breve que describe el cansancio, la desesperación, la ansiedad de quien se sabe en la mira. Encontramos en la redacción esa parquedad rulfiana tan contundente: "Oyó cuando se le perdían los pasos", y a la vez tan poética: "Abrió los brazos como si quisiera medir el tamaño de la noche". 

Sin duda, "Paso del Norte" es una historia desgarrada de la desesperación y esperanza, la constante esperanza de los personajes rulfianos, en un porvenir mejor. La lucha del optimismo versus el pragmatismo desalentador. El infortunio apuntalado por la ignorancia. La necesidad económica propicia la migración. Un padre, formado bajo el estereotipo del "macho mexicano", lejos de apoyar a su hijo, pareciera que le coloca trabas en la consecución de sus objetivos.

La memoria es extraña. Podemos recordar situaciones con una increíble precisión, pero datos más amplios quedan fuera de sus alcances. El recuerdo, y circunstancias, de Urbano Gómez es el pretexto de esta narración, "Acuérdate". El narrador cuenta a su interlocutor algunas andanzas de Gómez, con la finalidad de recordar su identidad.

Si la esperanza por una vida mejor queda plasmada en "Nos han dado la tierra" y "Paso del Norte", en "No oyes ladrar los perros la esperanza está cifrada en un lugar donde exista un médico. Al contrario de la segunda historia referida en este párrafo, aquí nos encontramos con un padre que aún en las condiciones adversas vela por el bienestar y la vida de su hijo. 

Como una premonición del terremoto de 1985, "El día del derrumbe", siguiendo esa fórmula del recuerdo, exhibe la retórica emanada de la revolución. Una retórica hueca ante un pueblo ignorante y manipulado. De la misma manera se burla del culto a la personalidad.

Nuevamente la mala relación de un padre con su hijo son el eje de una de las historias de este volumen. "La herencia de Matilde Arcángel" cuenta cómo se fue gestando el odio del padre hacia su vástago. Las reflexiones lapidarias de Rulfo siguen apareciendo, igual que el narrador que comparte en función de lo que vio y de lo que le contaron. Un texto lleno de dramatismo.

El último relato, "Anacleto Morones", es divertido, fuerte desde el comienzo. El santero representado por el niño Anacleto abusa de la ignorancia y falsa fe del pueblo. La refiero como falsa porque las mujeres sabían cuál era la forma en que las "curaba" Anacleto. Lucas Lucatero, hereda el matiz despojado de vergüenza de su cómplice y patrón. La versión cinematográfica, El rincón de las vírgenes, ilustra de manera fidedigna la historia. En este cuento encontramos un sentido del humor rulfiano que contrasta con el dramatismo de muchas de sus narraciones.

RULFO, Juan: El llano en llamas, 2a., ed., México, FCE, 1994, 191 p. (Colección Popular; 1)

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