Eduardo
Campech Miranda
Hace
aproximadamente veinte años viví la siguiente experiencia: acudí a visitar a un
amigo en su casa. Después de conversar algún tiempo, decidimos ir al centro de
la ciudad. De tal manera que no s dirigimos a la avenida donde circula (aún
circula) el camión que no llevaría a nuestro destino. El primero en abordar el
transporte fui yo, después mi amigo. Cuando me disponía a sentarme, mi amigo
gritó desde la parte delantera del vehículo, justo a un lado del conductor: -¿No
pagaste? Me volví y le respondí: -No, paga tú. “Sólo traigo lo de mi pasaje”,
terminó y se fue a sentar. Apenado, le solicité al conductor si podría llevarme
gratuitamente.
Si en ese momento
hubiera conocido El viaje del cordero, la
cabra y el perro, le habría contando la historia como moneda de cambio.
Empezaría por contarle de lo maravilloso que resulta el ejercicio de la
tradición oral, de cómo ésta conforma la identidad, de los privilegios de que
la palabra escrita que trasciende tiempo y espacio. Haría un paréntesis para
confesarle que entre los amigos, no nos decíamos wey, como lo hacen ahora, si no “perro”, sin saber que éramos
cordero y cabra.
La cuarta de forros
nos pone al tanto del origen y las versiones de esta historia: la que contaban
los niños refugiados ruandeses antes de dormir; la de Viridienne, la maestra, y
Luis Estepa Pinilla en francés; la de José Manuel Pedrosa, publicada en su
libro La autoestopista fantasma y otras
leyendas urbanas españolas.
De ésta última es
de la que José Manuel Mateo nos presenta esta versión. Pero hay una más, la de
Andrés Mario Ramírez Cuevas, quien ilustra esta edición.
Andrés Mario
enriquece la historia con unos personajes que, en función de sus trazos, pueden
llegar a ser entrañables: los rostros son tiernos, suaves, amigables (a
excepción de la del perro, después de bajar el camión); con objetos y espacios
cotidianos, de fácil identificación para los pequeños: cascaritas futboleras,
equipajes, trayectos, medios de transporte, camión, ciudades, personas.
Policromía que enmarca la versión rimada de Mateo.
Pero hay más. Hay
algo que como lectores y como mediadores (categoría que incluye a los padres y
madres de familia) no debemos olvidar. Así como hay una literatura que
establece y fortalece estereotipos; hay otra que los rompe. Esta historia es de
esas. Una historia que surge de las tinieblas de la guerra, la orfandad y el
desamparo. Una historia que nos muestra la creatividad, la imaginación, la
esperanza en medio de la desgracia. Una historia que nos recuerda la
importancia de la palabra, de la literatura, en plena crisis.
Si la palabra
destruye, también crea; si hiere, también acaricia; si maldice, también
bendice; si olvida, también recuerda; y en ocasiones como esta, cuando está
bien arropada por imágenes, devela el maravilloso mundo de la lectura.
El viaje del cordero, la cabra y el perro, un libro para leerlo muchas veces, y un pretexto para preguntarnos, y
explicarnos, el por qué de las cosas.
Mateo, José Manuel y Andrés Mario Ramírez
Cuevas (ilustraciones): El viaje del
cordero, la cabra y el perro, México, conaculta,
2012, 46 p. (Libros para Soñar)
Texto leído durante la presentación de la obra en la ciudad de Zacatecas el miércoles 27 de marzo de 2013 y publicado en "La Gualdra", suplemento cultural de La Jornada Zacatecas el 1 de abril de 2013.
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