Cuando a principios del año 2011
se suscitó una balacera en la Avenida Francisco García Salinas, en la zona
conurbada Zacatecas-Guadalupe, el terror se apoderó de la población. En los
siguientes días, apenas oscurecía y la ciudad estaba desierta. Después, las
ejecuciones, los levantones, los enfrentamientos, el ulular de las sirenas, el
desfile de los marinos y hasta el helicóptero fueron parte del escenario
zacatecano. Después, el argumento y acusación de “estar involucrados con la
delincuencia organizada”, era el resultado de las pesquisas en cada uno de los
casos que salían a la luz pública.
Gobierno y sociedad repetían las
conclusiones. Algunos medios las publicaban. Años después hubo un “pacto” por
no dar a conocer hechos violentos en la entidad. ¿Esta iniciativa fue auténtica
de los dueños y directivos de los rotativos, fue indicación gubernamental?
Después de leer Narcoperiodismo de
Javier Valdez Cárdenas, aparece otro elemento, ¿fue el narco? Quizá parezca
descabellado para aquel que no ha escuchado, visto, palpado, la intimidación,
la amenaza cumplida. Quizá sea una ficción para quienes desde el poder, o sus
porristas, perciben un México como el mejor México posible. Quizá sea una
corroboración del México de las contradicciones: el campesino tiene hambre, el
albañil no tiene casa y el periodista ha perdido su palabra en pro de conservar
la vida.
A través de testimonios
desgarradores, críticos, estudiados, Valdez Cárdenas nos lleva por un viaje que
hace escalas en la indignación, el terror, el dolor, la muerte, el coraje y sí,
el miedo. Porque además de conocer casos donde la dignidad humana vale la foto
de un cadáver (tenemos la mala costumbre de comer); donde estar en el lugar y
la hora equivocados puede provocar exilio; donde un abogado gringo denota más solidaridad y
humanismo que las propias autoridades mexicanas.
Difícil profesión la del
periodista en nuestro tiempo. Más en estados como Veracruz. En estas páginas
tendremos más elementos para estar enterados de la represión y persecución de
trabajadores de la prensa en el sexenio de Javier Duarte. Pero también de cómo
en Tamaulipas el periodista queda en medio del fuego cruzado de los carteles.
Haciendo de los medios su vehículo de difusión, propaganda e intimidación. Los
mensajes quedan en las narcomantas, en los cuerpos sus adversarios, pero
también en las páginas de los diarios de mayor penetración. ¿En qué momento se
convirtieron, o conjugaron, los oficios de sicario y editor?
Ahora bien, el riesgo es
inversamente proporcional al alcance del medio de comunicación o a su
penetración en la colectividad. Sin que esto dote de inmunidad a los
trabajadores de las grandes televisoras. El caso de Alejandro Fernández Pacheco
es prueba de ello. La decisión de transmitir un fondo negro por parte de
Televisa es similar a las marchas convocadas para expresar nuestro desacuerdo
con Trump. Cuando uno lee este libro entiende por qué somos el tercer país en
el mundo donde ejercer el periodismo es peligroso. Pero también es una llamada
de atención como sociedad. Cito a Rossana Reguillo:
Creo que no hemos sido capaces de
debatir de manera profunda como sociedad. Por un lado, hay un crecimiento de la
espectacularización de la violencia; incluso algunos medios serios de repente
pierden el tono y parecen querer vender más sangre y esto genera un efecto de
normalización. Como el ejecutómetro: "Narco treinta muertos",
"narco veinte muertos"; es como perder el análisis de fondo de lo que significa una vida cegada por el narco, por esta
guerra, esta barbarie que no tiene por dónde agarrarse de manera racional y
muchas cosas uno no las entiende.
Pero, por otro lado, me parece que hay una especie de prurito
en algunos otros medios para, digamos, hablar de manera desnuda, que no
significa pornográfica, de lo que acontece. Entonces, creo que no debe darse
cuenta de cómo el aparato de muerte se ha diversificado por medio de torturas
cada vez más brutales, mensajes sobre los cuerpos arrojados, etcétera. Creo que
es un error, porque eso genera la sensación de que es lo mismo morir baleado
que desollado. Creo que nos ha faltado vocabulario, debatir esto: ¿Hasta dónde
lo demuestras?, ¿cómo nos ayuda a pensar?, no el detalle pornográfico de la
muerte, sino el hecho mismo de cómo se ha ido haciendo más sofisticada esta
violencia. Y, por otro lado, también me parece que, salvo raras excepciones, no
se recupera la historia de fondo. Detrás de cada uno de estos actos de
barbarie, todo da lo mismo o al revés: "Es que la violaron porque era
narcosatánica", "lo mataron porque era narco", es algo que
genera un país de muertos buenos y malos, de víctimas malas y buenas. Eso no
ayuda a entender que el victimario y la víctima son personas.
En efecto, la guerra contra el
narco, y sus víctimas colaterales –según el lenguaje de Calderón Hinojosa-, es
un enfrentamiento entre buenos y malos. Tan sólo recuérdese la consigna: “Los
buenos somos más”.
Fiel a su estilo narrativo de sus
notas periodísticas, Valdez Cárdenas devela un ámbito más penetrado por el
poder del narcotráfico. Devela una piedra más en el zapato de este país. Pero
también nos lleva a la reflexión de cuál es nuestro papel en todo ello, qué
hacemos, cuánto callamos, cuánto omitimos. Desnuda, asimismo, la perversa
dicotomía narco y corrupción. Dicen que lo que no se nombra no existe, y los
protagonistas de estas páginas rompen el silencio y nombran, y describen, y
recuerdan. Pero también, seguramente, lloran, piensan, añoran.
Valdez
Cárdenas, Javier: Narcoperiodismo: la
prensa en medio del crimen y la denuncia, México, Aguilar, 2016, 267.
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