Durante años las historias
enfocadas a la infancia, primordialmente aquellas en que aparecen princesas,
príncipes, en resumen, cuentos de hadas, los estereotipos permeaban entre las
líneas argumentales. Posteriormente la industria cinematográfica vino a
fortalecer la perspectiva anterior. De ahí que no sea extraño que el imaginario
colectivo se impere el monopolio de las versiones de Disney. Para corroborar lo
anterior, busque en internet imágenes de las princesas más emblemáticas (Cenicienta,
Blanca Nieves, La Bella Durmiente, Bella, etc.) y encontrará que es abrumador y
casi absoluto el modelo propuesto por la casa productora estadounidense.
Alfredo Gómez Cerdá (Madrid,
1951) rompe esa propuesta de una sólo visión, de princesas inútiles que
encuentran su razón de ser en el príncipe valiente que las rescata del tedio
(aún sean inconscientes que son presa de él), de las garras de un dragón, de
las pócimas malignas de alguna bruja disfrazada de madrastra. En La princesa y el pirata encontramos a la
hija de un rey que se muere de aburrimiento y ve pasar la vida a través de la
ventana de su torre real. Mira el mundo desde arriba (como lo hace la realeza).
Los príncipes atraviesan
presurosos el camino que pasa a un costado de la torre, pero sus urgencias no
les impiden voltear hacia aquella ventana. Así, Blancanieves, Cenicienta, la
Bella Durmiente, están a punto de cambiar sus historias porque Filomena, que
así se llama la princesa de la torre, resultaba ser mucho más interesante que
las otras. Pero ellos no son del interés de ella. Filomena es curiosa,
inquieta. Por eso no desea una vida al lado de un príncipe (ni azul, ni con zapatilla
de cristal, ni de ninguna manera). La presencia de otro personaje dará a
Filomena razón para ser feliz. Teo Puebla (La Puebla de Montalbán, Toledo,
1943) ilustra magistralmente la historia de Gómez Cerda.
Gómez
Cerdá, Alfredo: La princesa y el pirata,
México, Fondo de Cultura Económica, 1993, 32 pp. (Los especiales de A la orilla
del viento).
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