Hace unos diez años Alfonso García Botello, incansable
promotor cultural, poeta, lector, melómano y cinéfilo consumado, me propuso
montar, en la biblioteca, una exposición, realizada con fotografías recortadas
de los diarios donde aparecían niños en condiciones nada deseables: esgrimiendo
–sin conseguirlo- la pobreza, la guerra, el desamparo, la indiferencia, el
hambre, la inseguridad, la tristeza, la desolación, la sed, la violencia.
También sugirió colocar una libreta en la cual las personas compartieran la
impresión y opinión que les merecían las fotos. Más de uno se indignó. La
biblioteca no era espacio para mostrar la miseria humana, el dolor es para uno
mismo y no para compartirlo.
Desde entonces me he preguntado con insistencia: ¿qué fue lo
que les molestó?, ¿el abrir un espacio para quienes se les niegan los
espacios?, ¿el ver reflejada la mezquindad social?, ¿el descubrir que hay más
niños además de los que protagonizan la publicidad?, ¿el que las fotos fueran
recortes de periódicos?, ¿el descubrirse cómplices silenciosos de la injusticia
que padecen millones de infantes? Cómplices silenciosos porque la indiferencia,
intolerancia, discriminación son actos regulares de un enorme porcentaje de la
sociedad.
Conocí a Ricardo Chávez Castañeda a través de una novela
extraordinaria (La valla), la cual
presté y no sé ni a quién. En esa obra el autor nos plantea, entre otros
conflictos que padecen los protagonistas, un tema escabroso: el acoso sexual a
una niña. Su madre no le cree. Pero no estamos aquí para hablar de ese libro,
por lo tanto (y esperando dejar la curiosidad para que vayan a buscarlo), aquí
me detengo. Ahora, con El libro de la
negación, vuelve a tocar un tema tabú: la violencia hacia los niños, los
infanticidios de la historia:
Durante casi
toda la historia del mundo el asesinato de niños ha sido un asesinato que nadie
investiga, del que nadie demanda justicia, en el que no hay acusadores porque
no hay partes afligidas; un asesinato que se mantiene en secreto, en
indiferencia, en acuerdo tácito por ignorar.
Ignorado por
los registros públicos, por los sistemas legales.
Sin héroes
para impedirlo. Sin ganas de condenarlo.
Durante casi
toda la historia del mundo…
Hoy nuestra
época parece distinta, pero solo lo parece. Aunque quizá eso baste para hablar
de ello ahora.
¿Dónde estaban, cómo vivieron, cuál fue el destino de los
niños en medio de tantos y tantos episodios bélicos de la humanidad?, ¿dónde
los pequeños aztecas, dónde los de Berlín de la Segunda Guerra Mundial, dónde
los de la Tormenta del Desierto, dónde? Planteamientos que se formula el
protagonista, un niño hijo de un escritor. Este niño va descubriendo esa parte
oculta de la historia, esos episodios negados, arrinconados en el baúl de lo
políticamente correcto. La historia es una historia negra, como la misma
edición. No hay lugar para mundos color de rosa. El pasado no es pasado si se
siguen reproduciendo prácticas detestables.
El diseño de Alejandro Magallanes es el complemento perfecto
del texto. Las palabras se acomodan para caer contundentes, verticales, sin
paracaídas. Hay dos finales. Uno feliz y el otro infeliz. El lector tiene la
libertad de elegir, de seguir soñando que hemos superado la barbarie o el darse
de bruces ante un espejo aterrador.
Celebremos pues este tipo de materiales, que se arriesgan,
que son inteligentes, que nos hacen reflexionar, que rompen estereotipos
(porque esa es una característica de la escritura de Chávez Castañeda: rompe
estereotipos), que nos dejan pensando, que nos sensibilizan (verbo que se
encuentra en peligro de extinción en esta sociedad tan convulsionada).
Celebremos este libro leyéndolo. Celebremos esta obra, volteando a la infancia.
CHÁVEZ Castañeda, Ricardo: El libro de la negación, México, Ediciones El Naranjo.
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