martes, 15 de marzo de 2016

Volteando a la infancia

Hace unos diez años Alfonso García Botello, incansable promotor cultural, poeta, lector, melómano y cinéfilo consumado, me propuso montar, en la biblioteca, una exposición, realizada con fotografías recortadas de los diarios donde aparecían niños en condiciones nada deseables: esgrimiendo –sin conseguirlo- la pobreza, la guerra, el desamparo, la indiferencia, el hambre, la inseguridad, la tristeza, la desolación, la sed, la violencia. También sugirió colocar una libreta en la cual las personas compartieran la impresión y opinión que les merecían las fotos. Más de uno se indignó. La biblioteca no era espacio para mostrar la miseria humana, el dolor es para uno mismo y no para compartirlo.

Desde entonces me he preguntado con insistencia: ¿qué fue lo que les molestó?, ¿el abrir un espacio para quienes se les niegan los espacios?, ¿el ver reflejada la mezquindad social?, ¿el descubrir que hay más niños además de los que protagonizan la publicidad?, ¿el que las fotos fueran recortes de periódicos?, ¿el descubrirse cómplices silenciosos de la injusticia que padecen millones de infantes? Cómplices silenciosos porque la indiferencia, intolerancia, discriminación son actos regulares de un enorme porcentaje de la sociedad.

Conocí a Ricardo Chávez Castañeda a través de una novela extraordinaria (La valla), la cual presté y no sé ni a quién. En esa obra el autor nos plantea, entre otros conflictos que padecen los protagonistas, un tema escabroso: el acoso sexual a una niña. Su madre no le cree. Pero no estamos aquí para hablar de ese libro, por lo tanto (y esperando dejar la curiosidad para que vayan a buscarlo), aquí me detengo. Ahora, con El libro de la negación, vuelve a tocar un tema tabú: la violencia hacia los niños, los infanticidios de la historia:

Durante casi toda la historia del mundo el asesinato de niños ha sido un asesinato que nadie investiga, del que nadie demanda justicia, en el que no hay acusadores porque no hay partes afligidas; un asesinato que se mantiene en secreto, en indiferencia, en acuerdo tácito por ignorar.
Ignorado por los registros públicos, por los sistemas legales.
Sin héroes para impedirlo. Sin ganas de condenarlo.
Durante casi toda la historia del mundo…
Hoy nuestra época parece distinta, pero solo lo parece. Aunque quizá eso baste para hablar de ello ahora.

¿Dónde estaban, cómo vivieron, cuál fue el destino de los niños en medio de tantos y tantos episodios bélicos de la humanidad?, ¿dónde los pequeños aztecas, dónde los de Berlín de la Segunda Guerra Mundial, dónde los de la Tormenta del Desierto, dónde? Planteamientos que se formula el protagonista, un niño hijo de un escritor. Este niño va descubriendo esa parte oculta de la historia, esos episodios negados, arrinconados en el baúl de lo políticamente correcto. La historia es una historia negra, como la misma edición. No hay lugar para mundos color de rosa. El pasado no es pasado si se siguen reproduciendo prácticas detestables.

El diseño de Alejandro Magallanes es el complemento perfecto del texto. Las palabras se acomodan para caer contundentes, verticales, sin paracaídas. Hay dos finales. Uno feliz y el otro infeliz. El lector tiene la libertad de elegir, de seguir soñando que hemos superado la barbarie o el darse de bruces ante un espejo aterrador.


Celebremos pues este tipo de materiales, que se arriesgan, que son inteligentes, que nos hacen reflexionar, que rompen estereotipos (porque esa es una característica de la escritura de Chávez Castañeda: rompe estereotipos), que nos dejan pensando, que nos sensibilizan (verbo que se encuentra en peligro de extinción en esta sociedad tan convulsionada). Celebremos este libro leyéndolo. Celebremos esta obra, volteando a la infancia.

CHÁVEZ Castañeda, Ricardo: El libro de la negación, México, Ediciones El Naranjo.

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