miércoles, 16 de marzo de 2016

Relatos de mi barrio

Seguramente alguna ocasión en la vida ha escuchado una canción de Salvador Flores Rivera, Chava Flores (México, D. F.14 de enero de 1920-5 de agosto de 1987). Así, viene a mi memoria una extraña nostalgia cuando, a los cinco años de edad, escuchaba “El gato viudo” en voz de Ricardo González “Cepillín”. Ignoro, hasta la fecha, por qué se desataba ese estado de ánimo. Más tarde escuché –como seguramente muchos de ustedes- “La tertulia”, “Carta a Eufemia”, interpretadas por Pedro Infante, o “La Bartola”, o “A qué le tiras cuando sueñas mexicano”. Y finalmente, “El retrato de Manuela” cantada por Gabino Palomares.

Hacia los veinte años supe que todas esas canciones eran del mismo autor. De una u otra manera, pero siempre a través de amistades, llegué a “Boda de vecindad”, “Pichicuás”, “Los gorrones”, “Los quince años de Espergencia”. Después llegó a mí un casette con “La tienda de mi pueblo”, “El chico temido de la vecindad”, “En el baile de Tejeringo” “Herculano”, “Ingrata pérjida”, “Los frijoles de Anastasia”, entre muchas otras más, sin olvidar aquella versión rapera de “La taquiza” que realizó el grupo Caló.

Una de las preguntas recurrentes que se les hace a los compositores, y a los escritores en general, es si las historias que escriben las vivieron, fueron testigos o todo es producto de la imaginación. Cuando conocemos contextos y circunstancias de creación es probable que esos textos destellen nuevos significados al lector. La vecindad, la pulquería, la Ciudad de México del que Flores es cronista, adquiere matiz en tercera dimensión: la vivimos de cerca, somos parte de ella. Relatos de mi barrio nos lleva a ser parte de los chismes de lavaderos, de mirar impávidos el destino de Lola, de compartir la tertulia.

Con un lenguaje sencillo, chispas de humor y gran capacidad narrativa (característica que se palpa en sus canciones), Chava Flores nos invita a acompañarlo desde su tierna infancia hasta sus primeras canciones grabadas; las vicisitudes en sus trabajos, su paso por los estados contables. El lector encontrará, y redimensionará, al Pichicuás, a Manuela, a Felicitas, Maripepa, Luz, Otilia, Camila, Julia, Cleto y Luchita. Todos ellos personajes entrañables de la lírica popular mexicana. Para quien conozca poco o nada de la obra de este compositor, recomiendo escuche –con atención- sus obras y vaya de la mano con la lectura de Relatos de mi barrio. Por si esto fuera poco, la edición cuenta con un prólogo imperdible de Germa Dehesa.


Flores, Chava: Relatos de mi barrio, 3ª. ed., México, Ageleste, 1994, 162 p.

martes, 15 de marzo de 2016

Con frustración y esperanza

Al concluir la lectura de este libro me ha quedado un doble sabor de boca: el de la frustración y el de la esperanza. Frustración, porque en el Prólogo de Celia Mireles Cárdenas quedan plasmadas las argumentaciones, y evidencias, de la importancia de las bibliotecas (en este caso, universitarias) y archivos que revistan para la sociedad. Porque, citando a Javier Pérez Iglesias, “Necesitamos bibliotecas como necesitamos parques, agua potable, aire puro, transporte público, educación, sanidad y otras manifestaciones de los servicios públicos que benefician a toda la sociedad y que, a pesar de lo que digan los adoradores del mercado, pueden aportar beneficios.”

Frustración, porque desde los aparatos gubernamentales no se percibe esa importancia medular. Frustración, porque el texto en cuestión nos traza el camino de la modernización de bibliotecas universitarias, tan lejano de las bibliotecas públicas. Es así como Manuel Fermín Villar Rubio hace una descripción de la evolución de las bibliotecas a cargo de la Universidad Autónoma de San Luis Potosí. Evolución que va desde lo conceptual hasta la infraestructura, pasando por los servicios y cobertura.

Frustración porque sin bien las bibliotecas públicas y universitarias comparten desafíos, éstas últimas, en conjunto, llevan la delantera a las primeras. Porque, como menciona J. Alberto Arellano Rodríguez, las instituciones educativas (y sus recintos y servicios bibliotecarios) deben ser pilar para generar una estructura de conocimientos que permita al alumnado enfrentar las exigencias del mercado laboral. Servicios que van acompañados de la profesionalización (en el sentido más amplio del término) del bibliotecario.

De ahí que Patricia Guadalupe Ramos Fandiño y Beatríz Rodríguez Sierra, planteen la necesidad de integrar “el tema de espacios físicos de las unidades de información que bajo esquemas modernos, funcionales y estéticos, permitan que los usuarios y el personal que en ellas labora gocen de condiciones óptimas para el estudio, la investigación y el desarrollo del trabajo bibliotecario y archivístico.” Lo anterior se refuerza con el texto de Roberto J. Ancona Riestra, quien presenta el proyecto Biblioteca del Parque Científico y Tecnológico del estado de Yucatán; mismo que conoceremos desde sus bases documentales, presupuestales y arquitectónicas. Por su parte, Juan René García Lagunas realiza un recuento histórico de cómo se fue transformando el Sistema de Bibliotecas de la Universidad Autónoma de San Luis Potosí.

Rosa María Martínez Rider, Juan Miguel Castillo Fonseca y Celia Mireles Cárdenas, resaltan la importancia de los archivos, por lo cual es urgente que se delineen políticas y acuerdos para su preservación y conservación. Finalmente, Edgar Adolfo García Encina, parte del incendio del Archivo de Zacatecas, para enumerar varios episodios trágicos causados por el fuego.

Las experiencias y opiniones vertidas en este volumen podrían frustrar, como en mi caso, a quienes desde el ámbito de las bibliotecas públicas somos testigos de la poca o nula importancia que estos espacios generan en las políticas públicas de los gobiernos municipales y estatales; de la carencia de un proyecto de modernización de sus espacios, servicios y personal. De frustración porque si continua esta inercia, no habrá mucha distancia entre esa indiferencia y los siniestros comentados por Edgar García Encina. Pero también arrojan la esperanza de alguien lo lea y descubra, que una biblioteca no es “un lugar donde se acumulan libros”, según palabras de Villar Rubio. Esperanza de que se ponderen las bibliotecas en su justa dimensión, en que hay gente interesadas en ellas, en los libros, en los archivos, en la memoria escrita.

MIRELES Cárdenas, Celia (coord.): Impacto académico y social de la construcción de espacios en los servicios de información de bibliotecas y archivos, México, UASLP-ECI, 2014, 171 p.


Volteando a la infancia

Hace unos diez años Alfonso García Botello, incansable promotor cultural, poeta, lector, melómano y cinéfilo consumado, me propuso montar, en la biblioteca, una exposición, realizada con fotografías recortadas de los diarios donde aparecían niños en condiciones nada deseables: esgrimiendo –sin conseguirlo- la pobreza, la guerra, el desamparo, la indiferencia, el hambre, la inseguridad, la tristeza, la desolación, la sed, la violencia. También sugirió colocar una libreta en la cual las personas compartieran la impresión y opinión que les merecían las fotos. Más de uno se indignó. La biblioteca no era espacio para mostrar la miseria humana, el dolor es para uno mismo y no para compartirlo.

Desde entonces me he preguntado con insistencia: ¿qué fue lo que les molestó?, ¿el abrir un espacio para quienes se les niegan los espacios?, ¿el ver reflejada la mezquindad social?, ¿el descubrir que hay más niños además de los que protagonizan la publicidad?, ¿el que las fotos fueran recortes de periódicos?, ¿el descubrirse cómplices silenciosos de la injusticia que padecen millones de infantes? Cómplices silenciosos porque la indiferencia, intolerancia, discriminación son actos regulares de un enorme porcentaje de la sociedad.

Conocí a Ricardo Chávez Castañeda a través de una novela extraordinaria (La valla), la cual presté y no sé ni a quién. En esa obra el autor nos plantea, entre otros conflictos que padecen los protagonistas, un tema escabroso: el acoso sexual a una niña. Su madre no le cree. Pero no estamos aquí para hablar de ese libro, por lo tanto (y esperando dejar la curiosidad para que vayan a buscarlo), aquí me detengo. Ahora, con El libro de la negación, vuelve a tocar un tema tabú: la violencia hacia los niños, los infanticidios de la historia:

Durante casi toda la historia del mundo el asesinato de niños ha sido un asesinato que nadie investiga, del que nadie demanda justicia, en el que no hay acusadores porque no hay partes afligidas; un asesinato que se mantiene en secreto, en indiferencia, en acuerdo tácito por ignorar.
Ignorado por los registros públicos, por los sistemas legales.
Sin héroes para impedirlo. Sin ganas de condenarlo.
Durante casi toda la historia del mundo…
Hoy nuestra época parece distinta, pero solo lo parece. Aunque quizá eso baste para hablar de ello ahora.

¿Dónde estaban, cómo vivieron, cuál fue el destino de los niños en medio de tantos y tantos episodios bélicos de la humanidad?, ¿dónde los pequeños aztecas, dónde los de Berlín de la Segunda Guerra Mundial, dónde los de la Tormenta del Desierto, dónde? Planteamientos que se formula el protagonista, un niño hijo de un escritor. Este niño va descubriendo esa parte oculta de la historia, esos episodios negados, arrinconados en el baúl de lo políticamente correcto. La historia es una historia negra, como la misma edición. No hay lugar para mundos color de rosa. El pasado no es pasado si se siguen reproduciendo prácticas detestables.

El diseño de Alejandro Magallanes es el complemento perfecto del texto. Las palabras se acomodan para caer contundentes, verticales, sin paracaídas. Hay dos finales. Uno feliz y el otro infeliz. El lector tiene la libertad de elegir, de seguir soñando que hemos superado la barbarie o el darse de bruces ante un espejo aterrador.


Celebremos pues este tipo de materiales, que se arriesgan, que son inteligentes, que nos hacen reflexionar, que rompen estereotipos (porque esa es una característica de la escritura de Chávez Castañeda: rompe estereotipos), que nos dejan pensando, que nos sensibilizan (verbo que se encuentra en peligro de extinción en esta sociedad tan convulsionada). Celebremos este libro leyéndolo. Celebremos esta obra, volteando a la infancia.

CHÁVEZ Castañeda, Ricardo: El libro de la negación, México, Ediciones El Naranjo.

viernes, 11 de marzo de 2016

Cuento del Conejo y el Coyote

Hay historias que pasan de generación en generación, pero mejor aún, las hay que pasan de regiones a regiones del mundo. Dicho tránsito es maravilloso porque la anécdota se enriqueces, y como camaleón, adquiere características propias de la cultura que la abrigó. Así los personajes cambian (principalmente cuando son animales), los escenarios combinan –por ejemplo- vegetación autóctona latinoamericana con majestuosos castillos europeos. Todo es posible en la oralidad tradicional y en la literatura. Esa magia que citamos fue de la que echaron mano Gloria y Víctor de la Cruz.

Conocí, sin saber que era la coautora de este texto, a Gloria hace once años. En un diplomado de IBBY. Ella, entonces, iba como bibliotecaria de Oaxaca. Fue en una de esas semanas cuando al hacer alusión al libro en cuestión, se le mencionó. Me maravillé de la sencillez e inteligencia de Gloria. Tiempo después adquirí el título. Mis sorpresas seguían creciendo: las ilustraciones estuvieron a cargo de Francisco Toledo. Una edición bilingüe con maravillas obras de arte.

La anécdota es constante en la tradición oral: un roedor pícaro e inteligente (en otras historias el conejo es un cuy o una tuza) burla la supuesta astucia del zorro (o coyote, según la región donde se cuente). El engaño, la rapidez mental del conejo es la constante en esta trama. Por su parte, el coyote es presa de su propia rabia, ignorancia e ingenuidad.

He mencionado que es una edición bilingüe. La organización es sencilla: del lado derecho está el texto. En la parte superior en lengua zapoteca y en la parte inferior, en español. El formato tiene un encuadernado de pasta dura. Aunque se podría pensar en un texto infantil, se debe tener cuidado con el manejo del libro. Ello no obsta para que sea una excelente opción para leerles en voz alta a los pequeños.

Ahora bien, el final es distinto a los otros textos que he aludido. En Cuento del Conejo y el Coyote, encontraremos una explicación de por qué vemos un conejo en nuestro satélite natural durante la luna llena.


De la Cruz, Gloria y Víctor (adap.): Cueto del Conejo y el Coyote, México, conaculta, 1998, 37 p. (Circo de Arte).

Cartero

Cartero es la primera novela de Bukowski. En ella, a través de su alter ego: Chinaski, narra las pericias que experimentó durante su paso por la oficina de correos de Los Ángeles.

Bukowski usa un lenguaje directo, crudo, sin ornamentos para compartir episodios llenos de humor e irreverencia. Reflejo inverso del "american dream", Chinaski se toma la vida con calma. Dicen algunos estudiosos de la psicología: la deja fluir. No se inmuta ante el abandono de la pareja, el desempleo, la vida cómoda. Se revela y putea a la autoridad.

Me gusta el texto para lectores desenfadados, divertidos. Me gusta para iniciar en la lectura a quien busque diversión.

BUKOWSKI, Charles: Cartero, Barcelona, Anagrama, 1993, 192 p.

¿Te lo cuento otra vez?

Como una herramienta para trabajar con niños de los cursos comunitarios, impartidos por el CONAFE, allá por la década del ochenta del siglo XX, este libro puede ser explotado por aquellas personas interesadas en la promoción de la lectura.
Contiene una serie de ideas generales agrupadas a un tema y finaliza con una breve muestra de narraciones y creaciones literarias.

JACOB, Esther y Antonio Ramírez Granados: ¿Te lo cuento otra vez?, México, CONAFE, 1983, 47 p. (Guías de orientación y trabajo; 1)