Xavier Velasco (México, 1964) inicia su novela dejando abierta la presentación de los personajes. Están pero no sabemos cómo son. Se habla de Pig y Violetta. Sólo un dato, el de Rosa de Alba Rosas Valdivia, su edad, veinticinco años. Y un indicio de que puede ser Violetta. Ésta nos compartirá su vida, con un lenguaje coloquial, con el descaro que atrapa en la narración.
Velasco hace de Pig su alter ego. Mediante el personaje plasma frases en torno a la escritura, al acto de escribir, revisar, romper, borrar. Escribir como un acto de develarse ante el lector. Por eso "Escribir para nadie y para nada: fue así como aprendió a hacerse invisible." La referencia a Faulkner, mediante su "detector", está explicada por el mismo texto: "es preciso poseer un detector de mierda, innato y a prueba de golpes". Hay que revisar severamente y con ojo crítico, cada uno de nuestros textos. (Capítulo 3: El huérfano invisible).
La noción de puta que construía Violetta, a sus escasos catorce años, me recordó otra novela. Ésta de Raquel Sevilla: De chica quería ser puta. La maldad de este personaje viene de familia. Las circunstancias sólo le ayudaron a moldear esquemas. El universo de Pig se va configurando: El descubrimiento de las drogas, nuevas amistades que comparten aficiones, la incógnita de la Sopa. Violetta detesta las apariencias, principalmente aquellas construidas por su familia. Conocedora de su doble poder de seducción (dinero -cordero de oro, fin primario y último de su hedonismo- y senos desarrollados), no duda en usarlos cuando la situación lo exige. Vive el presente. El futuro es un albur.
El predecible y esperado encuentro entre los personajes se da. Rosalba tiene a su Diablo Guardián, su piedra en el zapato, el sustituto de Superman, la perdida de su libertad. El azar es convergencia en el devenir de Pig y en el de Violetta. La emoción se ve aderezada con humor. Los juegos de palabras que ha hecho el autor son geniales y divertidos. Hubo un momento en que Violetta me resultó desesperante, pero al final me simpatizó. Tal y como ella misma reconoció, estaba atrapada en su propio juego. En un principio me recordó a Eusebio Ruvalcaba, pero con el transcurso de la historia, Velasco mostró más reflexión y un sello propio.
VELASCO, Xavier: Diablo Guardián, México, Punto de Lectura, 2010, 529 p.
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