martes, 28 de mayo de 2013

La casa de los espíritus


La historia que nos comparte Allende recuerda en muchos aspectos Cien Años de Soledad. Es difícil no asociar a Rosa con Remedios (ambas bellas, exuberantes y mitológicas). No sé por qué, en un principio (las dos o tres primeras páginas) creí que Barrabás era un loro. La crónica de su llegada deja entrever el control que Clara tenía sobre sus padres, a pesar de la poca edad. Hoy lo conocemos como chantaje, pero no deja de ser divertido el nivel infantil del mismo: "Si me lo quita, le juro que dejo de respirar y muero." La muerte de Rosa, también me parece que tiene tintes macondinos: cuando la nana entra y la invade un olor a rosas (aun cuando no era tiempo de ellas), me trasladó a la muerte de uno de los Buendía, cuando corría sangre por toda la casa. Me sorprendió la aparición de un segundo narrador, la aparición de Trueba como testigo de los actos no era algo que esperara. No sé hasta qué punto lo de Trueba hacia Rosa era amor y hasta dónde capricho, sin embargo, me parece muy poético, de parte de la autora: "Le hable de las caricias que le tenía reservadas, los regalos con que iba a sorprenderlas, la forma como la hubiera enamorado y hecho feliz." Publicado en 1989, es indudable que La Casa de los Espíritus abreva de la tradición narradora de América Latina.

El inicio me remitió al Quijote: "Esteban Trueba cenaba con su hermana Férula la misma sopa grasienta de todos los días y el mismo pescado desabrido de todos los viernes." El episodio del café, además de ser revelador de la manipulación de su hermana, puso a Esteban ante la perspectiva de qué quería para su vida: seguir cobijándose con periódico o ser un individuo adinerado. La desolación y el abandono en que se encontraba Tres Marías ante su llegada, queda todavía más evidente cuando el hombre que lo llevó se ofreció a esperarle. Nadie en su sano juicio querría quedarse ahí. Hay una pequeña apología al lenguaje como indicador de civilización: "Me fui convirtiendo en un salvaje, se me olvidaron las palabras, se me acortó el vocabulario, me puse muy mandón." Me resultó divertido (y real) la capacidad que Esteban desarrolló para perder consigo mismo y aceptar la derrota, sin embargo, eso sólo se presenta en situaciones íntimas, donde nadie lo ve. Porque dentro de la propiedad sigue siendo el patrón. La descripción de las elecciones es demasiado cercana a nuestros referentes, además de la cultura y la historia, nos hermana la desgracia y el infortunio con otros países latinoamericanos.

El título del tercer capítulo, "Clara Clarividente, me hizo pensar en algún capítulo de la serie Mujeres Asesinas. La extraña personalidad de Clara: vidente, con telequinesia, etc., también era alimentada por ese deseo de saber e imaginar, por ello leía todo lo que caía en sus manos. Las historias que se desprenden como ramificaciones del argumento central refuerzan la atmósfera que la autora pretende contagiar. Es por ello que así como, ya lo he mencionado, ideas de Cien Años de Soledad (como referente más inmediato), acude a ella misma. La anécdota de Juan el Pedo, el equilibrista y trapecista, me recuerda a un cuento de la autora donde un tipo regala una función de circo a su amada. Me llama la atención la naturalidad con que la familia Del Valle acepta la propuesta matrimonial de Esteban, sin embargo, trato de explicarla en función del pensamiento liberal que adoptan. También me llenó de curiosidad imaginar (con toda la carga de prejuicios, estereotipos y referentes de la época) el diseño de la ropa interior que le confeccionaron las monjas a Clara. La vehemencia de Esteban en la remodelación de la casa, el movimiento multitudinario de la misma, me llevaron, otra vez, a Úrsula Iguarán. Así como en un principio creí en situaciones lésbicas de Férula, que después se mostró como una falsa hipótesis, me resulto sorprendente el afán seductor de Esteban hacia Clara (¿otra historia tras esta historia?, sí: Quién Como Dios de Eladia González, aunque pienso que González lo tomó de Allende). Este capítulo, en particular, me pareció que tiene algunos elementos muy predecibles: el autodiagnóstico de embarazo de Clara, el nombre de su hija.

La primera frase que llamó mi atención del cuarto capítulo “El tiempo de los espíritus”, segmento es la canción de la vaca lechera. Así como en Cien Años de Soledad salió a relucir el Mambrú que se fue a la guerra, aquí observamos cómo las nanas, los juegos tradicionales y la lírica en general son patrimonio de Latinoamérica. El machismo queda latente en el siguiente fragmento: "Nunca se ha visto que un hombre no pueda golpear a su propia mujer, si no le pega es que no la quiere o que no es bien hombre; dónde se ha visto que lo que gana un hombre o lo que produce la tierra o ponen las gallinas, sea de los dos, si el que manda es él; dónde se ha visto que una mujer pueda hacer las mismas cosas que un hombre, si ella nació con marraqueta y sin cojones, pues doña Clarita". O la afirmación de Esteban: "pero era mi mujer y yo no iba a permitir que me tuviera vergüenza."

Clara vive en su mundo. Es inocente y distraída. Me causa risa la escena donde Esteban "truena" contra las reuniones de su esposa, y ésta sólo pregunta si sabía mover las orejas. Me gustó, me encantó la frase de "cuadernos para anotar la vida". Infiero que entre Esteban y Clara no había mucha comunicación, es decir, no conversaban.

El encuentro de Esteban y Tránsito es predecible. Me gusta el fragmento. Tránsito tiene, ha tenido mucha claridad en torno a lo que desea, social y personalmente. La despedida entre ambos, da fuerza al nombre de ella.

Mi postura ante Clara oscila entre el humor y la desesperación. Sus ocurrencias y la forma de expresarlas denotan (como lo he mencionado) una extraña inocencia, como si sus poderes fueran lo más normal del mundo y así fueran acogidos. Por ello la escena donde encuentran la cabeza de su madre, me parece jocosa por la indicación al chofer: "Hágame el favor, señor, métase allí y páseme una cabeza de señora que se va a encontrar."

Conscientemente no me identifico con Esteban, sin embargo, parece ser que, al igual que yo, percibió otro tipo de relación entre Férula y Clara. La misma voz narradora omnipresente reconoce que "Férula había llegado a querer a Clara con una pasión celosa que se parecía más a la de un marido exigente que a la de una cuñada."

La relación de Blanca y Pedro Tercero comienza a ser el hilo conductor de la trama en los próximos capítulos.

Como buenos amantes románticos, Blanca y Pedro Tercero, establecen un código de comunicación secreto. La aparición repentina de Férula, se inserta en la tradición oral, y literaria, de la despedida de los muertos. Charles Dickens tiene una historia similar, "Segunda historia de fantasmas", y por la misma razón, aunado a las facultades de Clara, es predecible que estamos ante el deceso de Férula. El diálogo de Clara con el cadáver, mientras lo acicala, es bello y exhibe un amor limpio hacia su cuñada (contrario al que Esteban y yo percibimos): "...porque la verdad es que desde que te fuiste de mi lado nunca más nadie me ha dado tanto amor". Esteban sigue al pendiente de las apariencias, el qué dirán, y en esa dinámica, embriagado de poder económico y social, olvida que no todo es dinero: "-¿Por qué vivía así, si le sobraba dinero? -gritó Esteban. -Porque le faltaba todo lo demás -replicó Clara dulcemente." Esta última frase de Clara, me permite ver a una mujer más centrada, incluso con sabiduría. Se sigue pensando superior, por eso no concibe que se relacione a los Trueba con los comerciantes.

Las muertes de su Nana y su cuñada pusieron a Clara, finalmente, frente a su realidad. "El agua apaga el fuego y al ardor los años", reza Joaquín Sabina, y tal parece que el terremoto, sus facultades metafísicas, los cambios de humor de Esteban, hicieron lo mismo que el tiempo. Si buscamos un tema constante en la literatura, quizá sea el de los amores imposibles o con dificultades. La relación de Blanca y Pedro Tercero va adquiriendo esos tintes.

Pese a procrear tres cuatro hijos, Clara nunca le perteneció a Esteban, o al menos así lo percibía él. En sus memorias, sólo le faltaba citar aquel bolero, Amor perdido: "Soy tuya, porque lo dicta un papel". Esteban veía en Clara muchas virtudes, pero ninguna dirigida a él: "Era una mujer caritativa y generosa, ansiosa por hacer felices a los que la rodeaban, a todos menos a mí". Tal vez esperaba una entrega incondicional que se viera reflejada en una constante atención hacia él, en todas y cada una de sus necesidades (a pesar de que las sexuales eran bien identificadas: "Ella sabía dónde estaban mis puntos más sensibles, podía decirme exactamente lo que necesitaba oír. A una edad en que la mayoría de los hombres está hastiado de su mujer y necesita el estímulo de otras para encontrar la chispa del deseo, yo estaba convencido de que sólo con Clara podía hacer el amor como en los tiempos de la luna de miel, incansablemente. No tenía la tentación de buscar a otras." Esta imagen sensual de Clara, me cuesta trabajo encuadrarla en una personalidad como la de ella, a menos que utilizara sus dotes para determinar el ser erótico de su marido. Lo cierto es que Esteban detectaba la incompatibilidad de caracteres: "En realidad, muy pocas veces estábamos de acuerdo en algo."

La aparición del conde De Satigny, a mi juicio, representa esa nece(si)dad de imitar modelos extranjeros. A pesar de las burlas a escondidas que provocaba, los varones siguieron su estilo, o al menos algunos pretendían hacerlo. Porque Trueba sería muy rico y poderoso, pero su ignorancia era proporcional a su opulencia: "Una noche el conde salió a fumar uno de sus cigarrillos orientales, especialmente traídos del Líbano ¡vaya uno a saber dónde queda eso!"
Cómico me resultan las dotes poéticas y donjuanescas de Nicolás, miren que Amanda tiene que corregir y mejorar los poemas que recibe de éste. Conmovedor el sepelio de Pedro García, la descripción de la escena me resulta muy a flor de piel. Aquí hay un dato que reafirma que el terremoto aludido fue el de 1960 y es que "el nuevo candidato del Partido Socialista, un doctor miope y carismático que movía a las muchedumbres", no es otro que Salvador Allende (tío de la autora).

En este mismo capítulo encontramos la culminación del amor entre Clara y Pedro Tercero. Sus encuentros clandestinos son propios de la mayoría de historias de amor. Esteban, denota ingenuidad al creer que la doncellez de su hija está a salvo en los terrenos cercanos a la finca. Clara, como su nombre y su clarividencia, lo tiene más claro. Recapitulando actitudes de Trueba, podría pensarse que le importaba un comino o pasaba a segundo término la virginidad de su hija, no así el qué dirán.

El hecho de que el conde delatara a los amantes, y después huyera, dice mucho de sus pretensiones. Hay una parte de la narración donde se deja entrever que lo que más le interesa es poseer algo de la fortuna Trueba. El machismo de este último nuevamente florece ante su iracunda reacción. Me da la impresión de que la violencia de Esteban hacia Clara, después de descubrir los amoríos de Blanca y Pedro Tercero, era una violencia contenida, un volcán que podría explotar en cualquier momento y éste llegó.

Clara exhibe un valor y una cordura que venía delineando páginas atrás: "-Pedro Tercero García no ha hecho nada que no hayas hecho tú -dijo Clara, cuando pudo interrumpirlo-. Tú también te has acostado con mujeres solteras que no son de tu clase. La diferencia es que él lo ha hecho por amor. Y Blanca también." Aunado a lo anterior, Clara, no sé si a pesar de sus facultades o propiciada por las mismas, mayoritariamente ha sabido qué es lo que quiere. Así, cuando recibe la agresión de Esteban, decide no dirigirle nunca más la palabra y romper los vínculos, pocos, que quedaban con él.

La cacería que emprende Trueba contra Pedro Tercero me parece un episodio emocionante, la autora a través de una minuciosa descripción va creando esa atmósfera de acción.
Nuevamente encuentro capítulos de Cien Años de Soledad: la anunciación de las hermanas Mora, con ese "aroma inconfundible de violetas silvestres", me remitieron a Mauricio Babilonia o la aventura de Nicolás en el globo a un episodio similar de uno de los Buendía, al esperar un aeroplano de Europa (si estoy mal en el personaje, por favor corríjanme). El reinicio de una nueva vida, buscada por Clara, no contempla el cambio que va a ocasionar el embarazo de Blanca. Las personalidades de Jaime y Nicolás se van separando cada vez más.

Insisto, me gusta el nombre del diario de Clara, "cuaderno para anotar la vida", me parece maravilloso el ampliar las posibilidades de una palabra en función de los múltiples usos que se pueda brindar al objeto que define esa palabra.

El embarazo de Clara fue un duro golpe para Esteban, para su machismo y su vida de doble moral. Para el lector es un acontecimiento predecible. Sin embargo, Esteban no es tonto, y prefiere comprarle un marido a su hija, antes que desatar las murmuraciones y comentarios entre la sociedad. Blanca, nuevamente, hace uso de valor y lo enfrenta de manera directa: "-¡Cállese! -rugió él (Esteban). Se va a casar porque yo no quiero bastardos en la familia ¿me oyes? -Creí que ya teníamos varios -respondió Blanca."

La ceremonia nupcial fue suntuosa. Y ante la aflicción de Blanca, Clara le dice que Pedro Tercero está vivo. Hay un amor oculto de Jaime hacia Amanda (nombre que junto con la desdicha de Pedro Tercero por sus dedos, y las características del canto que enarbolaba, me recordaron a Víctor Jara.

El cuidar de las apariencias lleva a Esteban a aceptar la solicitud de Jaime de cambiarse de apellidos. Me entusiasmó la aparición del Poeta (así, con mayúscula, como en el texto y en la historia de la literatura), que no es otro que Pablo Neruda. Toda esta parte, desde la aparición de Allende, me está llevando a otra novela chilena: El Cartero de Neruda.

¡Qué difícil situación para Jaime el apoyo solicitado por su hermano!, una escena dura, pero llena de ternura: "... porque si ese hijo fuera suyo y no de Nicolás, habría nacido sano y completo...". Finalmente, hay un personaje que se menciona casi al final del capítulo: Alba. Por el nombre, la genealogía y la lógica del texto, supongo que es una descendiente de los Trueba, en particular de Blanca.

El capítulo, octavo “El conde”, retoma la vida conyugal de Blanca y Jean. Creo que el desenlace del capítulo viene anunciado por el desinterés de consumar el matrimonio mostrado por el Conde. El hermetismo de conde, en torno a su taller fotográfico y la práctica de contrabandista, por un momento me alejaron del motivo real del secretismo. Los párrafos finales también se anuncian en el capítulo anterior, cuando se dice que Miguel llegó a estar cuando nació Alba.

Las supersticiones y los destinos trazados por la metafísica siguen invadiendo la vida de los Trueba: el nacer parada bajo el signo de Leo. Alba lleva el apellido Trueba, pero la sangre de García. Las mujeres de esta obra se caracterizan por su valentía: "Alba era una joven valerosa, de temperamento audaz y acostumbrada a las adversidades...", o cuando Amanda se retira: "partió tal como había llegado, sin ruido y sin promesas." Así como el Poeta, es una referencia a Neruda, me queda la incógnita de quién es el "joven artista famélico" acogido en casa de los Trueba. Maravilloso el fragmento donde Alba descubre los libros, la lectura y la fantasía. Fantasía que impregnaba a varios miembros de la familia, entre ellos a Jaime. Fantasía que se camuflajeaba de locura. La aparición de Esteban García, es la presencia de ese pasado que nos va configurando, el resultado de nuestros actos.

El noveno capítulo, “La época del estropicio”, bien pudo llamarse "La época de los regresos y recapitulaciones", en él vuelven a aparecer la cabeza de Nívea y Tránsito Soto. La primera parte del mismo, muestra a un Esteban Trueba sensible, así me pareció ante su cuidado del cadáver de su esposa. La ruina de la casa, y gran parte del capítulo, van presentando el desenlace: la casa se cae a pedazos, igual que la familia Trueba se desvincula. Me conmueven los consejos de Blanca a Alba: "No quiero que seas pobre como yo, ni que tengas que depender de un hombre que te mantenga." La analogía de Clara con Úrsula Iguarán queda nuevamente de manifiesto, ambas son el soporte de sus casas y sus familias. Me encantó la parte donde Alba le pide a Blanca que le vuelva a contar los cuentos, pero la segunda ya los había olvidado. La obsesión de Esteban, su animadversión por los comunistas: "todos los partidos políticos, excepto el suyo, eran potencialmente marxistas"; Pedro Tercero García me sigue pareciendo Víctor Jara. Aquí se vuelve a mencionar el cuaderno para anotar la vida, y me saltó la duda, ¿quién narra?

Con la trama en general me había olvidado de Miguel, a pesar de que capítulos anteriores daban pistas de su reaparición años más tarde, tal y como sucedió. El amor de Miguel y de Alba es romántico en todo sentido del término, apasionado, entregado, como sólo se presenta entre "dos estudiantes en celo". Alba debe decidir si quedarse en el sitio estudiantil o volver a la casa de la esquina. Alba estaba ahí por amor a Miguel, no por convicción ideológica. Se puede hacer una comparación del pensamiento de Trueba con nuestros políticos, la improvisación y el favoritismo en ese ámbito nos hermanan: "Si pudo ser ministro de Educación sin haber terminado la escuela, igual puede ser ministro de Agricultura sin haber visto en su vida una vaca entera." Vaya sorpresa para Alba encontrarse con García, y que sea él quien la conduzca a su casa. Me conmovió la reaparición de Amanda, las condiciones en que Jaime la volvió a encontrar. Allende se perfila triunfador, y me vienen a la mente canciones (de Silvio, de Pablo, de Violeta, de tantos otros), y me vienen a la menta autores y libros: "Ahí amé a una mujer terrible..."

Los últimos capítulos nos presentan un país chileno en el encono. Las clases altas, conservadoras, manipulando la distribución de mercancías. La persecución de los activistas políticos. La represión, la barbarie.

Sin duda, Allende logra plasmar un poco, sólo un poco de una época histórica que trajo esperanzas, no sólo al pueblo chileno, sino a América Latina por igual.


Allende, Isabel: La casa de los espíritus, 2ª ed., México, Debolsillo, 2011, 454 p.

miércoles, 22 de mayo de 2013

Memoria de mis putas tristes

A diferencia de Cien Años de Soledad, en esta obra aparece un narrador en primera persona del singular. La frase "Por esa época oí decir que el primer síntoma de la vejez es que uno empieza a parecerse a su padre”, también la refiere en El Amor en los Tiempos del Cólera (me lo corroboró una amiga), y creo que también lo hace en Cien Años... Hay una cuestión moral que es aplicable a otros, para él pesa más "el qué dirán": "de niño tuve mejor formado el sentido del pudor social que el de la muerte." De igual manera aparecen eventos ya citados en Cien Años..., uno de ellos es el tratado de Neerlandia. Por otra parte, existe gran intertextualidad en el capítulo: la primera es La Lozana Andaluza; después un poema de Rodrigo Caro, poeta sevillano ("Estos, Fabio, ay dolor, que ves ahora...); a Jorge Manrique ("Elegía del padre" y "Coplas a la muerte de su padre"). No sé si la Fábregas citada, sea Fela. En alguna entrevista, el autor declaró que trataba de ser muy puntual en sus narraciones para que sean verosímiles, aquí lo identifico esto en la marca de la loción del sabio.

A la niña la llama Delgadina, y le canta la canción. Aquí llama mi atención que, hasta donde sé, esta pieza es de origen michoacano, y la recupera Gabo para su trama. Además, es la primera (y no sé si la única canción mexicana que aborda el incesto).

Encuentro en el sabio una personalidad esquiva: "Acostumbrado a tomar sin corresponder" y "el placer de hacer lo prohibido por el puro placer de hacerlo". Lo anterior se reafirma cuando Damiana le confiesa que se mantuvo virgen por el amor profesado hacia él. Y desde luego, su ausencia en su propia boda.

El deseo, la necesidad de nombrar, de nombrarnos. La asociación de nuestra identidad con una palabra. Así inicia el capítulo. El amor llega cuando tiene que llegar. Me encantó el fragmento donde el sabio la lleva en la memoria y hacía con ella lo que quería. Él va dispuesto a morir de amor.

Me gustó el final. Había mal leído el texto hace algunos años y recordaba muy poco. Me gustó la reconciliación que llegó en doce meses.

GARCÍA Márquez, Gabriel: Memoria de mis putas tristes, México, Diana, 2004, 109 p.

martes, 21 de mayo de 2013

El llano en llamas

La prosa de Juan Rulfo (Sayula, Jalisco, México, 16 de mayo de 1917-México, D. F. 7 de enero de 1986), parca y poética a la vez, otorga a las anécdotas de El llano en llamas, una dimensión universal. Mucho se ha escrito en torno a la reducida, en cantidad, obra rulfiana, motivo por el cual aquí únicamente se brindarán algunas apreciaciones como simple lector.

El triunfo de la revolución trajo consigo un cúmulo de expectativas, entre ellas y una de las más sentidas: el reparto agrario. La historia,de "Nos han dado la tierra", me parece un símil del Éxodo: el encuentro con la Tierra Prometida. Al igual que en "No oyes ladrar los perros", el ladrido es señal de esperanza, como si esta fuera más acorde con situaciones cotidianas, pero bajo las condiciones de desolación que plantea Rulfo, el ladrido es luz en la oscuridad. Rulfo no adjetiva, es extraño que lo haga, sin embargo, como ya se ha mencionado, su lenguaje es parco y poético al mismo tiempo: "Alguien asoma al cielo, estira los ojos hacia donde está colgado el sol y dice: -Son las cuatro de la tarde." El hecho de nombrar la vegetación también es un recurso del contraste que quiere puntualizar, contraste de las tierras del llano en contraposición con las que están en las vegas, es por ello que nada más acorde, con esta intención, que la casuarina (árbol cuyas ramas movidas por el viento producen un sonido musical). El trasfondo social del cuento, es el uso de las leyes y la legalidad para marginar.


Si en este texto el sentimiento generado es el de indignación, en "La Cuesta de las Comadres", es de sorpresa ante la imperturbable narración. Después de describir los motivos por los cuales los Torrijo se hicieron odiar, inicia la segunda parte con un contundente "A Remigio Torrijo yo lo maté", así directo, frontal, sin pausas, con decisión. En esta segunda parte la narración es parsimoniosa, como la misma labor que realizaba el narrador al momento en que Odilón lo enfrentara. Pese a la provocativa actitud de este último, el protagonista se mantiene sereno y mide la gravedad de la situación "(...) traté de verle la cara para saber de qué tamaño era su coraje(...)".

Desalentador e inocente, así definiría en dos palabras "Es que somos muy pobres". La inercia de perder, es una constante en la historia. Escrita en primera persona, igual que los dos primeros textos, en esta ocasión el narrador es un niño, casi un adolescente. El cual sabe lo que es una piruja (observa a sus hermanas mayores revolcarse desnudas con el hombre en el corral). El argumento es sencillo, pero el uso del lenguaje que hace Rulfo, involucrando (e invocando) los aromas, los sonidos, las texturas, enriquecen la historia. La reiteración de una idea repitiendo palabras otorgan masa a las frases, las convierte en lapidarias: "A mí muchas veces me tocó despertarla cuando le abría la puerta del corral, porque si no, de su cuenta, allí se hubiera estado el día entero con los ojos cerrados, bien quieta y suspirando, como se oye suspirar a las vacas cuando duermen."

La lectura de "El hombre" me exigió mayor esfuerzo que las anteriores. Sería que me llamó la atención la frase "Cuando comienzan los sueños; después del descansen en paz, cuando se suelta la vida en manos de la noche con el cansancio del cuerpo raspa las cuerdas de la desconfianza y las rompe", o que durante la persecución de Urquidi, me sentía al interior de un laberinto. Quizá esa fuera la intención del autor: transmitir los vericuetos de los protagonistas: uno, como lo menciona el otro, rumbo a su fin por sus ansias; el segundo, a pesar de la paciencia, consciente de su venganza y la rabia que le acompaña. Rulfo juega con la historia: el perseguido no puede escaparse de sí mismo. Su voz le habla ("No debí matarlos a todos; me hubiera conformado con el que tenía que matar") y buscando la auto exculpasión, se justifica: "Después de todo, así de a muchos les costará menos el entierro". Y sin embargo, el eco del multihomicidio no dejará de retumbar: "Los muertos pesan más que los vivos; lo aplastan a uno." La dualidad de las voces narradoras abren paso a un tercero: el pastor (y testigo) quien entabló una breve relación con el multihomicida. Su manera de contar el encuentro deja entrever una efímera y forzada confianza, además de una desesperada necesidad de hablar de los suyos. Al fina, el hombre (fugitivo) fue presa de su descuido. Alberto Vital, en un pequeño estudio biográfico, titulado Juan Rulfo, menciona que esta historia tenía por título original "Al otro lado del río".

El inicio poético del cuento podría hacer pensar (si no existiera antecedentes sobre el autor, su obra, estilo y circunstancias) que estamos frente al primer texto terso del volumen: "San Gabriel sale de la niebla húmedo de rocío. Las nubes de la noche durmieron sobre el pueblo buscando el calor de la gente. Ahora está por salir el sol y la niebla se levanta despacio, enrollando su sábana, dejando hebras blancas encima de los tejados". Nos encontramos, además, con el primer cuento cuya narración es en tercera persona. La voz del viejo Esteban me recuerda a la de los ancianos entrevistados en Del olvido al no me acuerdo, una voz, un registro oral que va de la incredulidad a la resignación:  "Y dizque yo lo había matado, dijeron los díceres. (...) Pero desde el momento en que me tienen aquí en la cárcel por algo ha de ser, ¿no cree usted? La aparición casi desapercibida de la hermana de Justo Brambila y madre de Margarita sólo merecen dos párrafos de la historia. Si bien el asesinato que se narra en la historia queda claro, el autor del crimen es inasible en una primera lectura. Es necesario hacer hipótesis e ir hilvanando los datos (horas de los acontecimientos, edades y características físicas de los personajes) que el autor brinda para descartar al viejo Esteban como culpable. 

Las penurias de Tanilo en la visita a la Virgen de Talpa, la muerte de éste, la promiscuidad de Natalia y el hermano, son los ejes de "Talpa", una historia que expresa la religiosidad y el fervor mexicano, aún contra toda lógica. Además de la obligación moral de llevar a Tanilo a Talpa, Natalia y su cuñado buscan el perdón a los ojos de la virgen. El trayecto a Talpa era una extensión de la agonía que el cuñado tiene muy claro cuando declara "Lo llevamos a Talpa para que se muriera". Caminar en esas condiciones climáticas y durante mes y medio, es una dura prueba para cualquiera. Estamos en presencia de una muerte en vida. Sí, Tanilo estaba en ese estado: "Tanilo se alivió de vivir". A Natalia y su cuñado, les pesa el cuerpo de Tanilo en la ida, pero más les pesó el remordimiento: "Y yo empiezo a sentir como si no hubiéramos llegado a ninguna parte, que estamos aquí de paso, para descansar, y que luego seguiremos caminando. No sé para dónde; pero tendremos que seguir, porque aquí estamos muy cerca del remordimiento y del recuerdo de Talpa."

Siempre me ha hecho "ruido" la edad de Macario. El texto aparenta un niño, de hecho muchos pensamos que puede ser un niño, sin embargo, hay algunos elementos que pueden hacer creer que se trata de un adolescente o preadolescente. Encontramos en la historia el dogma castrante y lleno de culpabilidad de la religión. La inocencia de Macario contrasta también con la perversidad de las dos mujeres. Me fascinó la frase: "yo también le ayudé a llorar con mis ojos todo lo que pude".

El cuento que da título al volumen, "El llano en llamas", es un relato de la denominada literatura de la Revolución. Busqué a cuál corrido pertenece el epígrafe con que inicia la historia ("Ya mataron a la perra...), sin embargo, no encontré ningún dato. La inmensidad de la mirada rulfiana vuelve a aparecer durante la narración: "La cerca de piedra culebreaba mucho al subir y bajar por las lomas". El miedo de los llamados revolucionarios ante la cercanía de los federales queda plasmado más de una ocasión durante la trama: "Era como si se nos hubiera acabado el habla a todos o como si la lengua se nos hubiera hecho bola como la de los pericos y nos costara trabajo soltarla para que dijera algo", "Pero también nosotros les teníamos miedo". Me gusta la forma como Rulfo da las pinceladas de oralidad en sus textos, pinceladas que se expanden, por ejemplo, cuando utiliza palabras o frases como: "detrasito", "En mientras", tan usuales en la oralidad, se permite realizar redundancias y cacofonías: "Desde entonces supimos que a ese paso no íbamos a durar mucho, aunque éramos muchos", "la idea ida". Como mucha de su obra, las acciones se desarrollan en los linderos de Jalisco y Colima, el río Armería o la cita a Sayula, así lo confirman. Encuentro una similitud con Los de abajo, de Mariano Azuela, cuando aparece Armancio Alcalá, quien era el encargado de hacer los recados y las cartas de Pedro Zamora. Mismo rol que cumple El Curro en la novela de Azuela. Pese a que, líneas arriba, mencioné al grupo como perteneciente a los revolucionarios, lo cierto es que ellos mismos no saben bien cuáles son las causas sociales que enarbolan. De hecho, se podría decir que ante la revuelta aplicaron aquel refrán de "a río revuelto, ganancia de pescadores": "Esta revolución la vamos a hacer con el dinero de los ricos. Ellos pagarán las armas y los gastos que cueste esta revolución que estamos haciendo. Y aunque no tenemos por ahorita ninguna bandera por qué pelear, debemos apurarnos a amontonar dinero, para que cuando vengan las tropas del gobierno vean que somos poderosos."

Uno de los cuentos más conocidos del volumen, y celebrados del autor es "¡Diles que no me maten!". El inicio de la historia cumple con lo que, a decir de los conocedores, toda buena narración debe llevar: un inicio que atrape, que sacuda. Durante la lectura somos testigos de la agonía de Juvencio. Agonía que se alarga cuando se acerca la hora del perdón. El hijo sabe que poco o nada puede hacer por su padre, que interceder por él es arriesgarse a dejar a la deriva a su propia familia. El coronel no olvidó, guardó su rencor, dejó que se acumulara y se multiplicara en él para darle cause en la primera oportunidad. Y ahí la tuvo.

"Luvina" es la desolación a flor de piel, de tierra, el infierno en la superficie y en este momento: "-Otra cosa, señor. Nunca  verá usted un cielo azul en Luvina. Allí todo el horizonte está desteñido; nublado siempre por una mancha caliginosa que no se borra nunca. Todo el lomerío pelón, sin un árbol, sin una cosa verde para descansar los ojos; todo envuelto en el calín ceniciento. Usted verá eso: aquellos cerros apagados como si estuvieran muertos y a Luvina en el más alto, coronándole con su blanco caserío como si fuera una corona de muerto..." 

En medio de la Cristiada, Feliciano Ruelas, escapa, junto con sus tíos Tanis y Librado de la persecución militar. "La noche que lo dejaron solo" es un texto breve que describe el cansancio, la desesperación, la ansiedad de quien se sabe en la mira. Encontramos en la redacción esa parquedad rulfiana tan contundente: "Oyó cuando se le perdían los pasos", y a la vez tan poética: "Abrió los brazos como si quisiera medir el tamaño de la noche". 

Sin duda, "Paso del Norte" es una historia desgarrada de la desesperación y esperanza, la constante esperanza de los personajes rulfianos, en un porvenir mejor. La lucha del optimismo versus el pragmatismo desalentador. El infortunio apuntalado por la ignorancia. La necesidad económica propicia la migración. Un padre, formado bajo el estereotipo del "macho mexicano", lejos de apoyar a su hijo, pareciera que le coloca trabas en la consecución de sus objetivos.

La memoria es extraña. Podemos recordar situaciones con una increíble precisión, pero datos más amplios quedan fuera de sus alcances. El recuerdo, y circunstancias, de Urbano Gómez es el pretexto de esta narración, "Acuérdate". El narrador cuenta a su interlocutor algunas andanzas de Gómez, con la finalidad de recordar su identidad.

Si la esperanza por una vida mejor queda plasmada en "Nos han dado la tierra" y "Paso del Norte", en "No oyes ladrar los perros la esperanza está cifrada en un lugar donde exista un médico. Al contrario de la segunda historia referida en este párrafo, aquí nos encontramos con un padre que aún en las condiciones adversas vela por el bienestar y la vida de su hijo. 

Como una premonición del terremoto de 1985, "El día del derrumbe", siguiendo esa fórmula del recuerdo, exhibe la retórica emanada de la revolución. Una retórica hueca ante un pueblo ignorante y manipulado. De la misma manera se burla del culto a la personalidad.

Nuevamente la mala relación de un padre con su hijo son el eje de una de las historias de este volumen. "La herencia de Matilde Arcángel" cuenta cómo se fue gestando el odio del padre hacia su vástago. Las reflexiones lapidarias de Rulfo siguen apareciendo, igual que el narrador que comparte en función de lo que vio y de lo que le contaron. Un texto lleno de dramatismo.

El último relato, "Anacleto Morones", es divertido, fuerte desde el comienzo. El santero representado por el niño Anacleto abusa de la ignorancia y falsa fe del pueblo. La refiero como falsa porque las mujeres sabían cuál era la forma en que las "curaba" Anacleto. Lucas Lucatero, hereda el matiz despojado de vergüenza de su cómplice y patrón. La versión cinematográfica, El rincón de las vírgenes, ilustra de manera fidedigna la historia. En este cuento encontramos un sentido del humor rulfiano que contrasta con el dramatismo de muchas de sus narraciones.

RULFO, Juan: El llano en llamas, 2a., ed., México, FCE, 1994, 191 p. (Colección Popular; 1)

miércoles, 8 de mayo de 2013

Una historia que nos recuerda la importancia de la palabra, de la literatura, en plena crisis.


Eduardo Campech Miranda

Hace aproximadamente veinte años viví la siguiente experiencia: acudí a visitar a un amigo en su casa. Después de conversar algún tiempo, decidimos ir al centro de la ciudad. De tal manera que no s dirigimos a la avenida donde circula (aún circula) el camión que no llevaría a nuestro destino. El primero en abordar el transporte fui yo, después mi amigo. Cuando me disponía a sentarme, mi amigo gritó desde la parte delantera del vehículo, justo a un lado del conductor: -¿No pagaste? Me volví y le respondí: -No, paga tú. “Sólo traigo lo de mi pasaje”, terminó y se fue a sentar. Apenado, le solicité al conductor si podría llevarme gratuitamente.

Si en ese momento hubiera conocido El viaje del cordero, la cabra y el perro, le habría contando la historia como moneda de cambio. Empezaría por contarle de lo maravilloso que resulta el ejercicio de la tradición oral, de cómo ésta conforma la identidad, de los privilegios de que la palabra escrita que trasciende tiempo y espacio. Haría un paréntesis para confesarle que entre los amigos, no nos decíamos wey, como lo hacen ahora, si no “perro”, sin saber que éramos cordero y cabra.

La cuarta de forros nos pone al tanto del origen y las versiones de esta historia: la que contaban los niños refugiados ruandeses antes de dormir; la de Viridienne, la maestra, y Luis Estepa Pinilla en francés; la de José Manuel Pedrosa, publicada en su libro La autoestopista fantasma y otras leyendas urbanas españolas.

De ésta última es de la que José Manuel Mateo nos presenta esta versión. Pero hay una más, la de Andrés Mario Ramírez Cuevas, quien ilustra esta edición.

Andrés Mario enriquece la historia con unos personajes que, en función de sus trazos, pueden llegar a ser entrañables: los rostros son tiernos, suaves, amigables (a excepción de la del perro, después de bajar el camión); con objetos y espacios cotidianos, de fácil identificación para los pequeños: cascaritas futboleras, equipajes, trayectos, medios de transporte, camión, ciudades, personas. Policromía que enmarca la versión rimada de Mateo.

Pero hay más. Hay algo que como lectores y como mediadores (categoría que incluye a los padres y madres de familia) no debemos olvidar. Así como hay una literatura que establece y fortalece estereotipos; hay otra que los rompe. Esta historia es de esas. Una historia que surge de las tinieblas de la guerra, la orfandad y el desamparo. Una historia que nos muestra la creatividad, la imaginación, la esperanza en medio de la desgracia. Una historia que nos recuerda la importancia de la palabra, de la literatura, en plena crisis.

Si la palabra destruye, también crea; si hiere, también acaricia; si maldice, también bendice; si olvida, también recuerda; y en ocasiones como esta, cuando está bien arropada por imágenes, devela el maravilloso mundo de la lectura.

El viaje del cordero, la cabra y el perro, un libro para leerlo muchas veces, y un pretexto para preguntarnos, y explicarnos, el por qué de las cosas.

Mateo, José Manuel y Andrés Mario Ramírez Cuevas (ilustraciones): El viaje del cordero, la cabra y el perro, México, conaculta, 2012, 46 p. (Libros para Soñar)

Texto leído durante la presentación de la obra en la ciudad de Zacatecas el miércoles 27 de marzo de 2013 y publicado en "La Gualdra", suplemento cultural de La Jornada Zacatecas el 1 de abril de 2013.